26 de diciembre de 2007

Navidad en Cuervolandia

'¡¡No habría Navidad sin vuestra buena voluntad!!'


Paco el arlequín, metió su pluma en el tintero de cristal. Cogió su mandolina y sentado debajo del arbol navideño empezó a cantar su ya tradicional canción de navidad.

Navidad en Cuervolandia

¿Qué es lo que graznan al viento los cuervos?
¿Por qué ríen tanto las hienas y perros?
¿Quién hace cantar al búho en su nido?
¿Cómo croa el sapo en fa sostenido?
¿Cuál es el motivo de tanta alegría?
¿A qué tanto gozo en la estepa fría?
Una luz señala en valles y cerros
un singular parque que está en Los Monegros.
Allí todos ríen, allí todos cantan,
beben cuervofrutas de color naranja.
Los niños y padres contentos están
jugando con la nieve que es de porexpán.
El árbol este año está impresionante
su tono negruzco es hasta elegante.
Los cuervos de nuevo se han esmerado
de pardos y ocres lo han adornado
de sus ramas cuelgan regalos sorpresa
pipas de goma, algún matasuegras,
serpentinas, confetti y cuervoviseras.
Mas de repente el silencio se hizo
algo impresionante por el cielo vino,
Era Santa Claus, rojo en su trineo
venía del norte por el Pirineo
Se paró en el parque y tanto disfrutó
que quiso quedarse hasta más de las dos
Los gerentes en persona tuvieron que salir
a decirle a Santa que saliera a repartir
Felices fiestas a todos
cantad villancicos
hablad por los codos
bailad en las discos
aullad como lobos,
bebed marrasquino
Comed conejo y perdiz
Los Gerentes
os desean
Navidad
Feliz

1 de diciembre de 2007

Relato al alimón de los gerentes - Especial Aniversario

'¿Solo una velita de cumpleaños para soplar?'

'Amado público'


¡Nuevo relato-colmena! ¡Nuevo vídeo imprescindible! ¡Nueva encuesta! ¡Nueva galería de iconos! ¡Nuevo perfil! ¡Cumplimos un añito y estamos que nos salimos! Compartir este cuervorincón con Uds. es todo un regalo para nosotros.

Además, si todo va bien, próximamente se abrirá la posibilidad de incorporar al blog relatos de gerentes en el exilio (Ustedes). ¿El espíritu de Cuervolandia enturbia sus sueños? ¿Cree que tiene algo que contar en la línea a la que les hemos malacostumbrado? Pues pronto abordaremos el tema debidamente. Pero tampoco vayan a temer por una posible escasez de ideas... Les garantizamos que aún queda mucho parque por explorar.

Todos los años, en una fecha determinada, los gerentes se reúnen enfrente de la estatua de Milli Vanilli y se ponen a reflexionar, no tienen hora prefijada, pero les gusta más por la noche, cuando todo el mundo se ha ido y se empiezan a apagar las luces del recinto; es entonces cuando cada uno enciende las velas previamente compradas en la tienda cercana y sentados a los pies, ora de Milli ora de Vanilli, comienzan sus extraños parlamentos.

- ¿Habéis oído la tercera sinfonía de Sibelius?, el cuarto movimiento es sencillamente transgresor, deberíamos comprar los derechos e intentar comercializarla como politono de teléfonos móviles.

-No, no empecemos como el año pasado, ya hemos comercializado doce acordes del Opus 84 de Mahler como bocina de coches tuneados y no ha salido nada bien... Ya leíste el informe de Cubero.

-¿Quién nos iba a decir que este año se iba a llevar Bela Bartok? Pero la idea era buena, que conste.

-Tenemos que hacer castings para el nuevo fakir mientras Pashnavi está de baja, o buscar algún otro número menos peligroso, quizá un lanzador de hortalizas... Ya lo veo, ¡¡¡rábanos!!

Todos murmuraron admiradas aprobaciones......

- Bueno, ¿tenéis pensada alguna idea para hacer el especial aniversario?

- A mí me gustó el discurso del año pasado, lo mismo cuela... Ya sabes, la gente con el tiempo se suele olvidar de las cosas.

- ¿Pero qué te crees, que nuestros clientes tragan con lo que sea? Déjate de rollos y les ponemos el de hace dos años.

- En cualquier caso, este año tenemos que ir a por todas. A todo esto, ya he pasado al departamento de desarrollo multimedia el encargo del nuevo arcipreste. Ya conocéis mi opinión sobre los intentos de injerencias eclesiásticas en el diseño de los cuervoproductos, pero creo que este no es el caso...

- El nuevo arcipreste nunca lo haría. Es un tipo muy claro a la hora de establecer condiciones.

- Además, el otro día insinuó su intención de organizar las semanas de formación para su equipo de catequistas en el cuervo-hotel. Puede ser un gran cliente.

- Está claro. Yo por si acaso le he dado línea directa con Oswaldo Salvadórez, el jefe de desarrollo multimedia, para que le transmita exactamente lo que quiere...

Todos volvieron a murmurar admiradas aprobaciones...... Pero entre las sombras de las herrumbrosas atracciones, una figura agazapada tras un cuervo de corchopán acecha en silencio, esperando el momento de darse a conocer. Ha sido paciente mucho tiempo, viendo cómo un grupo de genios visionarios hacían realidad su sueño. Ha visto crecer el parque desde que se puso la primera piedra, y lleva tanto tiempo en él, conviviendo con la esencia pura del parque, alimentándose de restos de cuervoñigos y botes semivacíos de cuervofrutas abandonados por los visitantes, que ya no recuerda su pasado en el desierto de los Monegros sin recorrer sus instalaciones en la noche. Hechizado por su magnificencia, bailando a la luz de las estrellas y las casi fundidas luces de seguridad... El parque crea criaturas que la conciencia de los seres diurnos no puede concebir. Pronto, muy pronto, llegará el momento de revelarse.

Mientras tanto, al otro lado del parque, en el departamento de desarrollo multimedia, una voz habla diligente por teléfono:

- Sí señor arcipreste, cómo no señor arcipreste, es pan comido, señor arcipreste... ya tengo a los creativos de sonido introduciendo los arreglos casiotone justo al final del aria... Sí, sí, justo cuando la soprano ensalza el vino que escurre por las barbas de Abraham... No se preocupe, déjelo de nuestras manos. Buenas noches, señor arcipreste.

Tras colgar el teléfono, pega un sorbo a su taza en forma de torre de Pisa. Es un tanto incómodo beber en una taza inclinada, pero tiene tanto encanto... tan solo hay que tratar de que no se vierta ni una gota del delicioso elixir de zarzaparrilla. Imbuido en la degustación durante unos instantes, casi olvida que han llamado a la puerta de su despacho mientras hablaba por teléfono.

- Pase, por favor.

- Señor Salvadórez, lo hemos logrado. Tenemos finalizado el proyecto. Y las primeras pruebas son un éxito: "Petanca para Play Station 3" es una realidad.

- Buen trabajo, Programador. Estoy orgulloso de usted y de su equipo. Ahora mismo llamo a la gerencia para comunicarles que lo hemos vuelto a lograr.

Salvadórez se congratula mentalmente y hace amago de coger el teléfono, pero su visión periférica le indica que la triste figurilla del Programador jefe sigue ahí, exactamente en el mismo sitio en que se desentendió de ella hace ya 4 segundos. Toca sonrisa forzada.

- ¿Algo más...?

- Mmm. Ggg.

- ¿Sí? -Si Salvadórez hubiera podido dar a su fina sonrisa tan solo un ángulo más de amplitud, se le hubiera descorsetado la piel de la cara por completo.

- Mmmasí es, otro éxito, pero... Es que ya no hay retos. Quiero decir, es otro triunfo más que añadir a una larga lista... Como que demasiado larga ya, ¿verdad? Con su abultado y monótono beneficio económico... ¿sabe lo que quiero decir?

El Sr. Salvadórez guarda silencio durante un instante, frunce los labios, vuelve a sonreír y con expresión suplicante contesta:

- No.

- Mire, déjelo, ¿vale? Quiero decir que da igual, ¿vale? Si hay que seguir haciendo esto, se hace... ¿Entiende lo que quiero decir, no?

La puerta se cierra y Salvadórez traga saliva. ¿De qué se supone que iba esto? ¿Tenía algo de lo que quejarse el jipillo pálido de barbita y pantalones colgones este? ¿Quiere más pasta el tío o qué? ¿Qué problema tiene la tripa que se le ha roto? “Puto friki, hombre por Dios. Si tiene la mesa del ordenador llena de gusanitos y tebeos chinos de esos de rol”.

Acto seguido, coge el teléfono y acciona compulsivamente el mecanismo de colgado.

- ¿Operadora? ¡Operadora! Con Gerencia. Nononono, no puedo esperar. Esto es algo para anteayer.

Mientras maldice el brevísimo fragmento musical de György Ligeti que metálica e incesantemente se repite durante su espera, su mandíbula se tensa al posar la vista sobre la torre de Pisa derrumbada sobre el suelo, a su lado: se le ha roto un trocito del borde superior.

La puerta se cierra, y en el exterior el Programador jefe escupe hacia el jardín. “Este fulano no se entera. Creamos maravilla tras maravilla sin parar, pero tanto éxito y tanto buen rollo ya aburren, no nos llenan ni a mí ni a mi equipo. ¿Petanca para la PS3? ¡Ja! ¿Cuándo nos encargarán algún trabajo realmente rompedor? Por ejemplo, si quisieran podríamos desarrollar el “Gua Wii Royal Championship”, pero nooooo. Eso no, no lo aprobarían jamás, claro. Es demasiado comercial, dirían. No es nuestro público, dirían”.

- Ggg. ¡Pues yo digo que me peto en sus gustos de marronazo! -aulló, explotando en lágrimas.

Sin embargo, parece que este osado desafío lanzado al silencio nocturno no es escuchado por nadie. ¿Por nadie? ¡No! La torturada figura que espía ladinamente desde la penumbra de los ángulos muertos de Cuervolandia, emitiendo un casi inaudible gemido al respirar, gorgotea de placer cuando piensa que al fin ha encontrado un ente insatisfecho de alguna manera con el parque (el primero en toda su historia), y que podrá utilizar su creciente rencor para tomar dulce posesión de una mente y un cuerpo algo menos débiles que los actuales. Además, utilizando la influencia que ese niñato rico ostenta en el organigrama del parque, logrará hacer de Cuervolandia en poco tiempo algo mucho más perfecto, hipnótico y obsesionante. “Nadie debería de seguir creciendo tras conocer Cuervolandia. Nadie debería dejar de perderse en sus avenidas y callejuelas gitanas. Nadie debería volver a salir nunca de la pachorra de su empalagoso hechizo. Todos me acompañarán en mi dulce condena... y jamás volveré a sentirme sola”. Sus manos enmitonadas y temblorosas -no sabría decir si de angustia o rabia- enjugan las lágrimas que resbalan desde unos ojillos sucios y oblicuos.

* * * * *

- Debo hablar urgentemente con el Sr. Arcipreste -se dirigió a Secretaría un hombre maduro y algo fondón de paso decidido.

- Lamento comunicarle que va a resultar de todo punto imposible -respondió desde detrás del mostrador una niña de mirada vivaz mientras desenvolvía un Burmar Flax-. Le insto, por otro lado, a que no desista y reitere su petición a las 13:30 horas de la próxima jornada.

- Mira, nena, no tengo tiempo para tont...

- Martes a las 17:15 horas -tachó y corrigió en una libretilla.

- Vamos a ver, ¿eh? Yo es que soy el concejal en jefe de la viceportavocía primera del...

- Miércoles a las 9:45 horas -concluyó seca y desafiante, arrancando un papel de la libreta y exhibiendo malhumorada su golosina.

- De acuerdo -espetó secamente el concejal en jefe de la viceportavocía primera del... -. De acuerdo.

Ella observó complacida cómo el hombre se sonrojaba para desaparecer por la puerta principal y, colocando la barra helada en el lapicero de las Bratz que tenía a su lado, contestó el teléfono por enésima vez ese día con un tonillo casi automático:

- Secretaría arciprestal, ¿digamé? No, por el momento solo es posible rellenar la instancia para solicitar audiencia. Ah, no, no es nuestra política enviarla, pero podrá acercarse a la Secretaría para su cumplimentación. Así es, últimamente se encuentra aún más ocupado de lo habitual. Sí... Claro, claro... Mañana a partir de las... 16:45 horas.

Por su parte, el arcipreste quería dejar claro que con él las cosas no iban a ser como con el calzonazos de su predecesor. Era mejor ir dejando todo y a todos en su sitio desde ya: que fueran captando la onda y acostumbrándose a las revolucionarias novedades que pretendía -e iba, con la ayuda de Dios- a implementar.

Para empezar, planeaba que la nueva hornada de catequistas, la primera de su cosecha, desarrollase sus aptitudes en el aislamiento del cuervohotel ubicado en medio del desierto.

Durante varias semanas, se encargaría personalmente de nutrir sus cerebros vírgenes con las enseñanzas necesarias para desarrollar en el futuro próximo sus labores del modo en que debe hacerse, y no como el arcipreste anterior, que “ni hacía ni deshacía ni pinchaba ni cortaba. ¡Un hombre sin personalidad, sin garra, sin secretaria!. Una pena” -negaba con la cabeza en la soledad de su habitáculo, lamentándose.

Cuando se irritaba así, se le daba por hablar solo, hasta el punto de que muchas veces la secretaria no pasaba por temor a interrumpir alguna conversación.

- Pero tiene buena pinta este catálogo del... ¿cómo se llama? Cuervolandia... Puede que la suite “Chorros de oro de Alsacia y Lorena” fuese un lugar al cual pudiéramos adaptarnos para iniciar las charlas con un cierto aquel de seriedad, de decencia... Sssí, ¡decidido!

¡Bzzzzz! El arcipreste pulsó, contrariado, un botón del aparatito que acababa de zumbar sobre su mesa.

- ¡AMP!

- SPC. ¿Tendría hoy a última hora de la tarde un momentito para recibir al Padre Josefo, 89 años, misionero en la Antártida, que se encuentra por aquí de paso con motivo de una peregrinación y que le tributa rendida admiración? Le sangran las rodillas -Ahora se notaba que estaba mascando un chicle.

- Athanasía... ¡¿Es que no ve que estoy ocupado?!

Volvió a apretar el botón con brusquedad y se mordió el dedo índice de la mano derecha, permaneciendo inmóvil y en silencio un buen rato.

- ¡Nadie se da cuenta de que estoy ocupado! -sollozó-.

17 de noviembre de 2007

Va por Uds.

'Cuervolandia, Desierto de los Monegros... España'


En señal de duelo, claro.

El 1 de diciembre es nuestro aniversario / y no sabemos si besarnos en la cara o en los labios.

Prepárense.

20 de octubre de 2007

PACO EL ARLEQUÍN

'enSoniaDora'

'Petrucio'

Cuervolandiaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Sentado en la silla giratoria de la cafetería de una gasolinera de una carretera del desierto de los Monegros, Francisco Horcajuelo Páez apuraba el solysombra cuyo importe sufragaban sus recientes ganancias en la tragaperras de CIRSA, que castigaba las orejas de los demás pasajeros del autobús a Cuervolandia con esa versión carrillonesca del "Baile de los Pajaritos" de la inefable Mª Jesús y su Acordeón.

Cual personaje de Proust, el sabor del solysombra, amargo de entrada y con retrogusto pegajoso, hizo que de repente Francisco se acordara de su primera comunión, el día más feliz de su vida, en el que vestido por vez primera de alférez de marina, abría los regalos. Se acuerda de un boli con reloj digital incorporado, maravilla de la técnica, y de unas zapatillas de deportes grises marca TIANG, aunque él hubiera preferido unas Paredes. El tercer regalo venía envuelto en un papel de colores chirriantes: allí estaba, parecía un libro, pero no lo era; era un diario, tenía dos cierres dorados y un candadito con unas minúsculas llaves, pero lo que más le llamó la atención fue la portada del diario, en ella había dibujados una luna turca y apoyado en ella una figura que impactó profundamente al pequeño Paco, un Arlequín, cara blanca y melancólica, una delgadez extrema y ese sombrero y maillot que le daban un aspecto divertido y triste al mismo tiempo.

Una lágrima asomó a los ojos de Paco, tomó otro trago de Solysombra y siguió su evocación.
Esta vez, se acordó de sus tiempos de legionario en el Tercio Duque de Alba, condecorado en los paracas; ya había desarrollado su afición al solysombra, lucía en su cara patillas anchas de boca de hacha, en sus bíceps tatuajes marciales de calaveras, corazones ardiendo y al lado del corazón unos rombos misteriosos que a nadie quiso explicar. Paco se acordó del día en que el Sargento legionario le pilló una noche vestido de Arlequín, lánguido, mirando la luna ceutí y escribiendo en su diario con una pluma de ave poesías de amor que nunca sabremos.

Otra lágrima, otro sorbo.
Paco se acordó de la prisión militar, de la oscura celda de aislamiento, de la frase exacta de Lupiáñez, el Psicólogo penitenciario: "Amigo Horcajuelo, lo que tiene Ud. es un extraño fenómeno de doble personalidad, no está contento con su vida y acude en su subconsciente al personaje que reconfortó su infancia para hacer frente a problemas que Ud. es incapaz de resolver. Ahora es Ud. el que tiene que decidir lo que quiere ser".

Sorbo final.

Megafonía: "Pasajeros con destino a Cuervolandia, tienen el autobús situado en la dársena cinco".
Paco el Arlequín se corrigió el maquillaje, pagó la cuenta, recogió su sombrero y su mandolina y se fue al autobús.


"El secreto de un Buen tragasables está en saber dónde parar"
Scdhlinder Pashnavi, "Memorias de un Fakir"

25 de septiembre de 2007

Historia de un gerente (II)

'Elpepiput, sátrapa'

'Susórdenes, mi capital'


Sirviéndose de los escasos ahorros reunidos durante su truncada etapa laboral, se refugió en una pensión, abatido al considerarse culpable de que los juguetes no se vendieran debidamente. Él había dado lo mejor de sí mismo diseñando las cajas de Marisita, la medusa risueña, o Bárbara, la adorable anchoa de peluche; pero de poco había servido todo el esfuerzo volcado en su labor, y lo mismo podía decirse de los avances tecnológicos en los que la empresa había destacado como una de las pioneras. Durante largas semanas se encerró en sí mismo, cuestionándose qué buscaba en la vida y a qué deseaba dedicar realmente sus energías. ¿Es que acaso no valía para ese trabajo?

En esa época, todas las noches se acostaba atrincherándose bajo las sábanas, acosado por el irritante zumbido de los mosquitos que regentaban la pensión, y todos los días se despertaba rascándose las hinchazones de sus manos, brazos o pies. De nada valía el uso, antes de dormir, de molestos espráis que, o bien casi asfixiaban a uno más que a los propios insectos, o simplemente no eran eficaces. Impotente y temeroso ante la ineluctable condena nocturna, casi siempre tardaba en conciliar el sueño hasta que al final caía rendido, asiendo casi con orgullo la pala matamoscas cual simbólico pendón militar, para resultar invariablemente acribillado por tan indeseables compañeros de cama. Las trampas eléctricas tampoco se revelaron eficaces, por entonces muy peligrosas para la seguridad y tan ruidosas como hoy en día; por no hablar de las mosquiteras, en las que varias veces llegó a quedar enredado con los insectos en el interior, gimiendo y condenándose hasta el agotamiento.

Muchas noches se quedó dormido pensando en cuál sería el método perfecto para deshacerse de esas agudas y sedientas trompetas. Hasta que un día, además de con granos, despertó con la respuesta. Pues claro que sí. Y, o mucho se equivocaba, o a nadie se le había ocurrido todavía.

Gracias a sus conocimientos de química y a las experiencias adquiridas en su anterior empleo, amén de largas sesiones dedicadas al estudio de sus recalcitrantes antagonistas (pues no hay enemigo pequeño), patentó una fórmula e ideó un artilugio muy bien fundamentado. No tardó en contactar con Arturo P., un antiguo compañero de la fábrica de juguetes, para que supervisara los aspectos técnicos de la manufactura y montaje. Este enseguida se entusiasmó con la idea, pues también sufría el tormento mosquitil desde pequeño; su sangre era tan dulce que todas las dípteras se cebaban en su piel, según decía, destilando tal afirmación un trágico orgullo.

—La mía es más dulce que la tuya —insistía, con semblante de resignado bribón—.

Convencidos como estaban del éxito de su proyecto, unieron recursos y confiaron su idea a una empresa de matamoscas novel, hoy ya extinta. Fueron los primeros en sacar al mercado un antimosquitos eléctrico con pastillas de recambio. Era algo revolucionario y moderno: lo enchufabas y te olvidabas, despedía un suave olor a pachulí, podías dejar las ventanas abiertas e incluso la luz encendida, no se oía ni un zumbido durante toda la noche…

El éxito fue fulgurante, aunque sus competidores tardaron en reaccionar. Al principio se rieron de la idea para luego mostrarse nerviosamente escépticos y, cuando finalmente quisieron lanzar un producto similar, se dieron cuenta de que no estaban preparados para alterar tan drásticamente sus tradicionales enfoques ni las cadenas de montaje, por lo que se limitaron a copiar. Pero aun así no fue fácil, y encontrar un principio activo similar parecía imposible. En decenas de despachos se dieron puñetazos o escupió saliva al exigir resultados, y por toda la nación rodaron las cabezas de muchos ingenieros químicos.

Mientras, los exitosos directores del proyecto perfeccionaron el aparato a la par que sus prestaciones, incorporando útiles detalles que a nadie más se le ocurrían, a pesar de parecer obvios cuando se ponían a la venta en supermercados y droguerías. También introdujeron el primer depósito líquido, en sustitución de las ya anticuadas pastillas. A meses luz de sus imitadores, se hicieron ricos en apenas unos años, contribuyendo a ello decisivamente la patente que poseía el creador sobre la fórmula inicial.

Los embalajes utilizados para contener el ingenio fueron asimismo diseñados por él, popularizándose enseguida el símbolo del mosquito risueño atravesado por una barra roja transversal, como en la conocida señal de tráfico que establecía prohibición.

¡Qué satisfacción volver a casa de sus padres un lustro después, en una furgoneta cargada a rebosar con cajas de antimosquitos! No había vuelto a saber de ellos desde sus comienzos en la fábrica de juguetes.

Descubrieron avergonzados que, como la mayoría, también usaban el invento de su hijo, el cual tenían repartido por toda la casa. Tanto se alegraron de volver a verle, que no podían dejar de llorar a causa del gozo y el orgullo.

Pero cuando su madre lo miraba cariñosamente, él se daba cuenta de que en esos ojos palpitaba aún cierta tristeza por la vida que, antaño, tan inopinadamente había frustrado como Responsable en jefe o Investigador de área senior del Departamento Técnico y de Catalogación Archivística de la biblioteca municipal de alguna destacada ciudad de nombre compuesto. “No pudo ser”, pensó ella conteniendo la emoción, y luego volvió a abrazar a su hijito con locura mientras sonreía.

4 de septiembre de 2007

Valentín Schlinder Pashnavi?

'Muerte por hipoteca 700984821'


'Don't walk'

-Pase, pase...

El doctor Lupiáñez activó el metrónomo, encendió un cigarrillo, dio una calada y lo apagó con vehemencia en un cenicero triangular. Sacó su bloc de notas y tras invitar a tumbarse en el diván al caballero hindú que acababa de entrar, se situó tras su cráneo e inició el siguiente diálogo:

-Cuénteme su historia Sr. Schlinder- Pashnavi.

-Verá doctor. Por primera vez en mi vida me encuentro desnortado, perdido, no hallo reposo en la meditación, no encuentro sosiego en el ayuno, no sé cuánto podré seguir así..., La verdad no sé por dónde empezar a contarle.....

- Tenemos tiempo, empiece por el principio ¿Por qué decidió ser Fakir?

-La pregunta es ¿Cómo puede alguien no querer ser Fakir? Sí doctor, el control absoluto del cuerpo por la mente, el dominio del dolor, la cercanía a la iluminación a través del desapego físico, esa fue mi razón de ser,... mi razón de ser hasta ahora... Claro.

-¿Cómo llegó a controlar el dolor?

-Doctor, yo no controlo el dolor, el dolor existe por sí mismo, surge en cualquier esquina, no hace falta clavarse nada para sentirlo, el dolor somos nosotros, está en nuestra esencia. Yo sólo aprendí a convivir con él, desde que mi padre me dio de comer mi primera bombilla, desde que empecé a actuar en el circo de mi abuelo clavándome agujas en las manos y la lengua a mis tiernos siete años. Todos los días en mi camita de clavos soñaba con el día de actuar en un lugar con clase, un lugar como Cuervolandia, con su atracción de Mondo Egypto, en la que yo era la estrella...

-Ahá... (dijo el doctor Lupiáñez, arqueando una ceja y apuntando frenéticamente en su pequeño bloc de notas sus últimas impresiones "posible trauma infantil").

-Mi pasión por el dolor se fue sofisticando más a base de trabajo y esfuerzo, llegué a ver de corrido infumables producciones de dieciséis horas de metraje premiadas en el festival de Sundance, ir a clases de derecho romano e internacional privado a las ocho de la mañana y estudiar las asignaturas sin estar matriculado siquiera, no pagué dos años de Hacienda, sólo para ver cómo me embargaban todos mis bienes, sólo por el placer de buscar la perfección en el dolor, el dolor, DOLOOR, DOLOOOOOOOR, ¡DEVUÉLVAME MI DOLOR , DOCTOR LUPIÁÑEZ, DEVUÉLVAME MI DOLOOOR!!!!!!!!!!!, ¡¡¡¡¡¡DOLOOOOOOOOOR!!!!!.

Mientras pronunciaba estas palabras, Schlinder Pashnavi saltó sobre la mesa del doctor y se golpeó varias veces con la esquina de la mesa en la cabeza. Lupiáñez ante esta situación descontrolada, apuntó en su libreta "trastorno obsesivo por el sufrimiento", le propinó un puntapié para que se calmara aún más y tras varios puñetazos y collejas, logró reconducir al diván a Schlinder Pashnavi que lloraba desconsolado....

-Tranquilo Sr. Pashnavi, estamos aquí para ayudarle... (Dijo el doctor, dándole a su paciente sonoras bofetadas en la cara).

-No siento dolor... (dijo Valentín sollozando), no sufro. Sus bofetadas y collejas no me proporcionan ninguna alegría, no crea que no se lo agradezco, pero son más bien aburridas y dadas sin convicción.

-Hago lo que puedo, pero esta no es la vía amigo Schlinder Pashnavi, lo que pretendo encontrar es el motivo que provocó en usted esa terrible insensibilidad hacia lo que más ama.

-No lo sé yo estaba tan feliz, el día de los hechos, había venido al trabajo en un autobús regional, que paraba en todos los pueblos viendo la misma película trasnochada de las últimas doce veces, aún saboreaba unas ortigas crudas que me había encontrado a la orilla de la carretera, y cuando ya en el trabajo, me encontraba con mi público, con mis queridos niños, empecé mi número de contorsión y punzamiento con varillas de fuego y en lo mejor del número la vi, ella era..., no sé cómo era, sólo me acuerdo de un abrigo gris.... El resto ya lo sabe.

-Exactamente, se quedó absorto en medio del número y de no ser por los cuerbomberos se nos queda usted en el sitio.

-Ayúdeme doctor. No he vuelto a sentir amor por mi profesión desde ese día.

-Paciencia amigo Schlinder Pashnavi....vuelva regularmente a mis sesiones, el camino será duro pero creo que poco a poco lo iremos consiguiendo.

El doctor Lupiáñez acompañó a Valentín a la puerta, guardó en el bolsillo su bloc de notas. Encendió un cigarrillo, dio una calada, lo apagó en el cenicero de cinzano que había caído al suelo tras el ataque de Schlinder Pashnavi, esta vez lo hizo sin vehemencia, reflexionó unos instantes y paró ..... el metrónomo.

Atención, los coches eléctricos pueden dar calambre.
Cuervooooooolandiaaaaaaaaaaaaaaaa.

31 de julio de 2007

Como Prometí

'¡¡Guapaaaaaa!! ¡¡Boniiitaaaaaa!!
¡Aiaiaiaiaiaiaiaiai!'


Hoy, Día de San Calimero, y Santos Demócrito, Dionisio y Segundo Mártires, escribo en este vuestro espacio de jolgorio. Que no decaiga!!

Y es que no hay nada más divertido que consultar el santoral. Nuestra Santa Madre Iglesia lo ha organizado así por algo, ¿no? Nada como afrontar una dura jornada de trabajo alimentando a los cuervos sabiendo cual es el Santo al que debemos dirigir nuestras oraciones y nuestras prebendas:

- Te pongo 6 velas si apruebo mi permiso de conducir.
- ¿He oido 9?
- ¡¡Con la Iglesia hemos topado... no subo de 7!!
- Enga,... el permiso es tuyo por 7 velas y la compra de una estampita. No se hable más.

Y el organizar la agenda es mucho más piadoso y más dado a los graznidos si se hace en función del santoral; 25 de Octubre, San Crispín: depilarme la axila; 9 de marzo, San Paciano: soborno anual al inspector de seguridad de la Cuervonoria; 5 de diciembre, San Dalmacio: desparasitarme.

Es por esto que desde hoy, a todo aquel que se saque un abono de verano en nuestro maravilloso parque temático, se le regalará un Cuervosantoral Católico Apostólico y Monegrino.

30 de julio de 2007

Historia de un gerente (I)

'Se vende por separado.
Pilas no incluidas.
Más de 5000 pesetas'

'Llego pronto, llego pronto'

Miles de e-mails interesándose por los gerentes de Cuervolandia nos llevan a satisfacer esa sana curiosidad colectiva. Este es el relato en tres partes de la trayectoria personal de uno de ellos.


Químico aficionado desde su infancia, irredento cautivo de la tabla periódica de los elementos e incansable constructor de modelos moleculares de plástico o madera –ingenuos los primeros, complejísimos después–, su primer Quimicefa labró el cauce por el que habría de discurrir buena parte de su vida. “¿Por qué pega el pegamento? ¿Cómo es que perdura tanto la orina de gato en el ambiente?”.


Se preguntaba todo esto mientras dibujaba en un cuaderno cuadriculado estructuras atómicas, nevadas montañas, árboles secos de los que colgaban bufandas o cajones cerrados bajo llave en cuyo interior moraba toda clase de satisfechas mascotas.


Recién alcanzada su mayoría de edad, sus padres le enviaron a la universidad y estudió, como no podía ser de otra manera, la carrera de Biblioteconomía. Sin embargo, pronto descubrió que los secretos de la archivística que llegaban hasta su aula susurrados de generación en generación de bibliotecarios, y todas aquellas refinadas técnicas para la clasificación de volúmenes, eran menos interesantes que la propia lectura de los libros sobre los que versaban; por lo que, hasta cierto punto desencantado, tras muchos cuadernos cuadriculados repletos de ilustraciones más y otros tantos libros de química devorados, abandonó sus estudios dos años después de haberlos comenzado, para decepción de sus padres y desespero de una lánguida y dulce compañera de clase que jamás se había atrevido a dirigirle la palabra: tan solo urgentes suspiros y huidizas miradas rubias.


A pesar de la franca oposición de sus progenitores (y quizá por ello, pues tuvo que ganarse la vida por su cuenta), trabajó un tiempo en el diseño de cajas de juguetes, dibujando –en función del artículo– atrayentes rótulos, simpáticos animales o amables escenas que destacaran en las estanterías de las tiendas, por otra parte saturadas de productos infantiles cuyo gancho visual, en casi todos los casos, se basaba en imágenes fotográficas muy cuidadas. Sin embargo, la filosofía de sus jefes rechazaba semejante explicitud por obscena, siendo estos partidarios de una representación subjetiva del contenido de las cajas, estimuladora de la desbordante imaginación de los pequeñuelos y menos tosca que aquellas otras.


—Aquí tienes a Cucho, el pollo que salta a la comba. Quieren un grafismo aún más depurado que el de la princesilla hámster Eloísa. Buena suerte.


Había verdadera obsesión entre los directivos por respetar la normativa de producción y cuantos estándares de seguridad y calidad existiesen o fueran a aprobarse a medio plazo. El plástico estaba prohibido en la empresa: tan solo se fabricaba empleando materiales que ellos hubiesen querido para sí cuando apenas sabían hablar, como madera de camelio (cuyo aroma, además, se había comprobado que cautivaba a las madres inconscientemente) o tricorilparbamida, tan noble como extremadamente resistente al vómito de bebé, aunque cuarenta y tres veces menos barato.


Incomprensiblemente el negocio no prosperó, y tras la quiebra hubieron de presenciar con angustia y contenida rabia cómo cientos y cientos de cajas de maravillosos juguetes eran vendidas en pública subasta a precios ridículos; “casi a granel”, como se le oyó gemir al presidente de la empresa tras dar un sobresaltado respingo, cuando el mazo del subastador besó por última vez la mesita en la que se ventilaron sin miramientos granjas de ponis, caretas de gato, barritas de labios con sabor a manzana o sacos de la risa ecológicos.


En ese momento, el postrero objeto subastado, un saco, empezó a reír sin pausa, haciendo la retirada de los fracasados aún más vergonzosa, pues tanto el público como el maestro de ceremonias se contagiaron y no podían dejar de carcajearse, señalándolos con el dedo al verse incapacitados para disculparse. Otros sacos previamente subastados comenzaron a activarse histéricamente, en un perverso efecto dominó. Alguien logró ladrar que se activaban por simpatía. El futuro cofundador de Cuervolandia viviría siempre con la imagen de toda esa gente trastabillando calle abajo, doblados como demonios, llevando bajo el sobaco las cajas con sus dibujos estampados, que a veces se les caían al apoyar las palmas de las manos sobre sus rodillas, con las bocas abiertas y las caras teñidas de rojo colapso.


Algunas muñequillas fareras, al rodar por la acera, se te quedaban mirando fijamente con una extraña expresión en sus rostros de tricorilparbamida tallados por ordenador; y al dibujante de las cajas le pareció leer en ellos un “No importa ya” que le hizo pensar en sus padres, y allí mismo lloró con todos los demás.

4 de julio de 2007

Cherchez la femme

'Say Cheeeeeese'

Paseo por Cuervolandia, camino contemplando sus minaretes y torreones de corchopán repasando mis dientes con la lengua para eliminar de ellos el color del cuervo frutas y con las yemas de los dedos aún oliendo a sirope de arce.

Deambulo por sus avenidas de fantasía intentando propiciar un encuentro que quizá nunca se produzca, esperanzado y temeroso a la vez de volver a ver esos rojos labios, y ese abrigo gris. Paso al lado de un anciano que toma patatas y observa con mirada tranquila lo que pasa en derredor desde su banco, que semeja por un momento ser una suerte de trono universal o una atalaya cósmica.

Recorro las glorietas temáticas, discurro por los puestos del mercado gitano, avanzo entre las multitudes que salen de la montaña drusa o de Mondo Egypto, fluyo entre las masas de gente cerca del monumento a Milli Vanilli, las personas se me antojan cada vez más uniformes y monocromas. Sigue sin aparecer.... voy al embarcadero del lago artificial a ver si la puedo encontrar y sin embargo sólo encuentro envases de plástico de cuervoñigos y latas de cuervo frutas flotando entre las aguas negruzcas. Allí me detengo y escruto el entorno, quizá no hay que desplazarse, quizá ella sea una sugestión de mi traicionera psique, quizá sea mi desesperanza la que la convoque por algún extraño sortilegio. No sé por qué presiento que la encontraré si no la busco.

Me pregunto a mí mismo por qué lo hago, por qué necesito tanto verla si sólo hemos intercambiado un par de frases hechas y un poco de sirope.....

Me interrumpe la nueva clown en monociclo que me ofrece una cuervovisera, se la acepto, pero no me la pongo. Llamo desde mi móvil a la gerencia para renovar mi reserva de habitación 215 "Sueños Bávaros" del Cuervohotel, aunque casualmente me salió el contestador automático de un almacén de dentaduras postizas. Cuelgo.

Compro una vela, aún no me explico por qué y la enciendo en las cuervopalmatorias dispuestas a lo largo del paseo. La cera al arder desprende un olor a pachulí mezclado con naftalina e insecticida. Me pongo triste y me marcho del lugar.

Prohibido pescar los siluros.

Cuervo, cuervo, cuervooooooo

1 de junio de 2007

Para todos los públicos

'Cuthead'

Pipipipí - pipipipí - pipipipí - pipipi CLAC

Las seis y veinticinco minutos de la mañana. Como siempre desde hace diecinueve años. Prefería el sonido del despertador viejo a cuerda, mi "rrring" de toda la vida. Saco la dentadura del vaso de agua y me la pongo. Es mentira lo que cuentan de las tiras adhesivas transparentes esas. No valen para nada, se aflojan enseguida. Claro, si no de dónde iban a hacer negocio. Bajo las escaleras y desayuno en la cocina, bañado únicamente por la grisácea luz del alba que irradian los visillos. La panza del cuenco con trozos de pan duro y Eko que dejé preparado ayer, crepita bajo la leche hirviente. Esas natas largas como el vello axilar de un baloncestista albino me gustan. Me tomo mi tiempo, el debido. Con el traje y el calzoncillo de anteayer dialogando con mi piel, ya puedo enfundarme la boina y blandir mi garrota. Hoy no puedo olvidarme de descolgar la bolsa de plástico blanca del perchero, porque ayer no la llevé y lo pasé fatal. Valerio, tu memoria se va a la mierda. O al menos parte de ella. La parte que menos importa, espero.

Ya estoy en la calle. Las siete menos diez. Ni un alma. Antes podías ver a alguna señora madre yendo para misa, pero la decencia se fue al traste. Dormilones, indolentes y superficiales. Y muy maleducados, casi todos. Aprieto la garrota con furia. Les daría así. Pero el bálsamo del frescor matutino me alivia: me recuerda al yogur que preparaba mi madre. Es algo que al entrar en tu cuerpo ya sabes que no puede ser malo. Visillos y yogures es lo único que hizo la pobre durante toda su vida, aparte de un hijo, pero qué bien le salían. Ncht.

Un paso, otro y otros muchos más. Tan incontables como precisos, breves y discretos, devoradores implacables de metros. Me limpio la frente con el pañuelo de anteayer sin variar el ritmo. La vida es ritmo, todo se reduce a eso. Al elemento que aparece o se esfuma cuando debe hacerlo. Lo sé muy bien porque yo perdía el paso de mozo bailando con las mancebas; llegué a pisar a alguna y se conoce que desde aquella ya nunca pude volver a pillar comba. Cuando camino no miro al frente, porque me perdería. Convencida por el viento, la bolsa blanca cruje y se revuelve como una loca a ratos, cayendo enseguida en coma para recuperar nuevas fuerzas. Después de secarme la frente tantas veces como me la enjugaré mañana, a la una y treinta y seis minutos del mediodía llego a Cuervolandia.

Lejanos y viejos altavoces anuncian mi advenimiento a una tierra de promesas y gozo diferido. Cuando desde la distancia empiezo a escuchar los sonsonetes radiados, no puedo evitar sonreír. Un punto remoto y negro se hace cada vez más grande. Cada vez menos redondo. Resulta ser la taquilla. Una rebequita enjaulada me extiende un tique marrón a través de lo que podría ser una ratonera de metacrilato, antes incluso de que deposite las monedas frente a ella. Siempre me hago el tonto y toco distraídamente sus dedos al tomarlo con los míos. Por primera vez en este día, despego con cierta dificultad la boca para hablar. Casi puedo ver, reflejadas en la cárcel de cristal, las blancuzcas hebras de saliva que zurcen mis labios: a modo de cuerdas de guitarra, templando y matizando mi voz al ser emitida; hilos de marioneta que animan esta boca que aún no ha dicho esta boca es mía; finísimas columnas que sustentan el templo de mi verbo muerto.

- Gracias, señora Antonia.

(Creo que ella puede verlos mucho mejor que yo)

-Ande, ande -se me quita de encima con un cóctel de compasión y cansina aprensión.

Caminando por el interior del parque, no puedo evitar asentir con pesadumbre. Ay, si salieras un día de tu triste palacete y me buscaras. Solo te imagino bailando conmigo bajo el Punto de encuentro, rodeados por esos niños del demonio que tanto duermen y tanto gritan. Contigo sí, creo que mis pies no vacilarían.

Pero quién es ese papanatas que se ha sentado en mi banco. Quién es ese mequetrefe que viene a tocarme las narices adonde nadie le ha llamado. Si te crees que voy a dejar de ocupar mi sitio porque estás tú, pues de eso nada, ¿eh? De eso nada. Mira, me siento a tu lado, hombre. Pues no se va el indeseable este. No me miras, desgraciado. Ah, ahora te vas, ¿no? Cuando atizo el suelo con la garrota ante tus pies tres o cuatro veces, ya te desinflas, ¿no? Mucho fantoche es lo que hay, mucho maleducado. Hala, sí, vete a contárselo a uno de los asistentes del parque. Anda, llórale para que te solucione el problemita... Pero míralo... mira... ¿será...? ¡Toma! Tooooooma, Tomááááss, que te vaassss, que aquí ya saben quién es el Valerio, aquí ya me conocen, hombre, y tú quién eres, tú no eres nadie. Además parece que se ha ganado una buena bronca, por cómo movía los brazos el asistente. No, hacen bien su trabajo esos chicos. Está bien atendido el complejo, la verdad. Luego tengo que pasarme a felicitar a alguno de los gerentes.

- ¡Yaaaaaaaaay!

Desde aquí puedo escuchar en paz los lejanos gritos provenientes de la montaña drusa. Es un berrido con decenas de padres, a uno por pescuezo. Nunca me cansaré de oírlo. No sabría uno decir hasta qué punto el pánico y el gozo logran producir esos sonidos cíclicos tan al límite del cabezazo y del agarrotamiento. Con todas esas vísceras batiéndose a cien por hora en el interior de unos cuerpos así de jóvenes y atolondrados.

- ¡Yaaaaaaaaay!

El sabor de las patatas fritas, combinado con este incesante sonido y el trueno de metal que lo envuelve, me relaja y reconforta. Hoy sí. Hoy sí que no me he olvidado de traerlas. Esta marca es la que las hace bien, justo en su punto. Todas las demás están muy saladas o grasientas. Esta no, esta es la que las hace bien, sí señor. Las patatas fritas hay que saber apreciarlas, no son una cosa cualquiera. Pero la gente no se da cuenta. Calla, ahí llegan de nuevo al giro ese.

- ¡Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyy!

Uy, este. Uy, este. Este ha venido, jajaaaa, jaajajaja, este ha venido bravo. Este ha sido jodío, jujuju. No os esperabais un zarandeo así, ¿eh, chavales? Claro, venís tan repeinaos y emperifolladas, no conocéis ni lo que es la mili, y luego claro. Pues más vueltas da la vida. Esa parejita que baja ¿pa qué hace como que ha sido fantástico, si casi no pueden dar dos pasos seguidos? Si no os lo habéis pasado tan bien como queréis hacer ver. ¿A quién queréis engañar? ¿Y la niña esta por qué se pone a dar saltitos? Menuda niña, ahora ya no es lo de antes. Pero los muchachos de hoy en día están atontaos. Dile algo, memo... Nada, que no se le ocurre. Pues está claro que la otra quiere tema, tan sudadita del paseo por la montaña. Este está alelao. ¿Pa qué miras pa la caseta de tiro al blanco? Hay que joderse. Esa, si yo tuviera mis buenos años, me la llevaba yo de calle, vaya si no. La iba a coger del brazo, no como tú, memo, y la iba a invitar a una cuervo-cola. Con una pelirrojita así, seguro que haría buena pareja.

Las cinco y tres. Me levanto, guardo la bolsa blanca en un bolsillo, espero a que pase algún niño para tirar el envoltorio de patatas vacío en una papelera y, satisfecho, emprendo el camino de regreso. Paso por delante de Mondo Egypto y me tropiezo con un grupo de visitantes que acaba de salir. No, si seguro que la gente se divierte, todos se lo pasarán fenómeno. Yo estuve trabajando en una fundición cuarenta años, coño. Cuarenta millones me tendrían que dar los del Gobierno.

Antes de salir por las verjas giratorias, reto con la mirada a los cuervos posados en ellas. Alguno no puede aguantar finalmente la presión y se va volando. Anda, vete, jeje, vete a quejarte a un asistente, bonito. Que al final no he pasado por Gerencia a saludar. Mañana si acaso.

Las once y treinta y seis. Estoy en casa. Ya empezaba a refrescar. El tontolhaba de mi médico estaría orgulloso si se enterase de que doy estos paseos. Un corazón como un puño de fuerte es lo que debo de tener entre los riñones. Me tomo mis dos manzanas y preparo la bolsa con las patatas en el perchero. Al váter y a la cama, que en la tele nada. En la tele solo hay porquería y furcias en pelotas. Qué encanto la niña pelirroja esa. Se llamaría María. Una monada. Pero guapita guapita, ¿eh?

- María...

30 de abril de 2007

Departamento de contabilidad

'Rotundo cubista'

Cuervolandiaaaaaaaa!

El Señor Cubero era un hombre de corta estatura, calvo y con gafas gordas que estaba siempre inquieto y se dirigía a sus semejantes con frases técnicas, eruditas y al mismo tiempo veloces como si las disparase con una ametralladora imposible.

Su misión en Cuervolandia era llevar la contabilidad y los asuntos económicos y él mismo se jactaba de que con su gestión la empresa había obtenido un repunte de balances exponencialmente superior al cuadro presupuestario del ejercicio económico anterior, manteniendo una fluctuación positiva respecto a las cuadraturas económicas de los planes quinquenales del pasado semestre. Decía esta frase a una velocidad endiablada y lo apostillaba con una risilla tartarinesca de autosatisfacción erudita.

Aún hoy desconozco si él mismo era consciente de que cuando soltaba en una reunión este tipo de comentarios, sus interlocutores se miraban entre sí con nerviosa inquietud y sonrisa congelada del que no entiende ni jota y ha perdido toda esperanza de meter baza en la conversación. El caso es que si se daba cuenta, no parecía importarle en absoluto, es más, a veces daba la sensación de estar en otra parte mientras proseguía su ametrallamiento verbal de economía aplicada o de los numerosos expedientes que se acumulaban como rascacielos de papel en su escritorio de formica que intentaba imitar el mármol rosa sin conseguirlo... Era una sensación extraña que hacía que lo viese como un monje Zen, abstraído del mundo real.

En realidad, mis impresiones eran ciertas, detrás de la fachada de burocrática placidez del Sr. Cubero se escondía una personalidad anarquista peligrosa. El respetable contable de Cuervolandia pasaba noches enteras sin dormir perfeccionando al milímetro su plan mefistofélico de sembrar el caos en la sociedad biempensante. Nadie podía saber que tras las ojeras permanentemente instaladas en su rostro ratonil se ocultaba una jugada maestra de desestabilización del stablishment.

Por las noches D. Saturnino Cubero se dedicaba a falsificar las páginas amarillas, cambiando de manera casi imperceptible unos números por otros y haciendo especial hincapié en los de las instituciones públicas. Por el día lleva siete réplicas perversas en su maletín y las suele canjear a escondidas en los despachos y oficinas a los que por su trabajo se ve obligado a asistir.

Vd., amigo de Cuervolandia, ya sabe la verdad; cuando marque el teléfono del Ministerio de Obras Públicas y en realidad se comunique con una fábrica de esparadrapos, pregúntese a sí mismo: ¿Es casualidad?... Ahora que ya lo sabe intente dormir tranquilo.....

Cuervas noches...

La estatua de Milli Vanilli no es una atracción acuática.

24 de marzo de 2007

Mondo Egypto (y III)

'No me rehuyáis'

¡Último capítulo de la aclamada saga! El destino de nuestros héroes está sellado y sacudirá los mismos cimientos de Cuervolandia.


Dicho y hecho, unas luces verdes y amarillas iluminan el recinto a media luz. Ahora pueden ver una niebla blanca a ras de suelo que envuelve sus pies. Los telones carmesís se alzan rápidamente para mostrar un sobrecogedor espectáculo sobre la tarima. Repentino, excesivo y aberrante: así es todo en Mondo Egypto.

Un hombre escupía fuego hacia arriba, en dirección a unas jaulas donde se agolpaban pájaros, gatos y ratones. Un fornido hombre de piel tostada gemía atado a una silla, alrededor de la cual una delgadísima santona de vaporosas ropas bailaba locamente, tocando con insistencia una flauta larguirucha de penetrantes y agudos sonidos que dirigía ora a sus oídos, ora a su nariz. Unos desgraciados intentaban salir vanamente de la fosa burbujeante en la que se encontraban, arañando el exterior con vehemencia, salpicando y maldiciendo en una lengua bella y cruel. Bajo una capucha que imitaba la cabeza de un ave picuda, un hombre afilaba una enorme cimitarra sobre una rueda de piedra giratoria, entre un enjambre de chispas, girándose frecuentemente para mirar hacia el grupo. Un faquir, con el pecho hendido por terribles marcas circulares y la espalda roturada por encallecidas líneas geométricas, invitaba a entrar en una "doncella de hierro" a una mujer agotada y pálida; y él mismo, para demostrar que no pedía imposibles, se metía dentro durante unos segundos ante la vista de todos. Al salir, sacaba su larga lengua y extraía de la garganta varias brochetas, una detrás de otra, que después se clavaba transversalmente en la piel del gaznate, talones o cadera; o, ni corto ni perezoso, se subía sobre la cabeza de la "doncella" para contorsionarse inhumanamente hasta situar los pies tras sus orejas: ágil como un lagarto, en esa posición se zarandeaba con coquetería para que las agujas hicieran contacto las unas con las otras, regalándonos un improvisado concierto. Nunca olvidaré con qué regocijo se exhibía ante la debilitada mujer, quien mientras tanto intentaba descansar acuclillada, con la boca abierta y la vista fija en el suelo. También había un monstruo peludo atado a un poste, una suerte de licántropo agresivo pero impotente, atormentado por unas jóvenes que jugaban con él, tirándole unas finas cintas de papel con las que a veces lo acariciaban y lo herían otras. Nos fueron ofrecidas muchas más escenas de este demencial collage viviente, pero temo que si intentase describirlas no se me creería.

Y en medio de todo ello, en lo alto de una amplia columna truncada, se encontraba un hombre joven sentado en un trono, dorado de pies a cabeza, inmóvil y bello, con los brazos cruzados sobre su torso. No parecía tan terrible como la imponente monstruosidad representada en el exterior, pero nos dirigía desde su atalaya una insolente mirada que apenas pudimos sostener durante algunos segundos.

Íbamos viendo todo esto simultáneamente mientras girábamos alrededor de la tarima, caminando por el pasillo cuadrangular circundante. Finalmente llegamos a una puerta situada al fondo de uno de los tramos, cubierta por una pesada tela oscura; entonces, la amalgama de sonidos cesó, las luces se apagaron y, en nuestras cabezas, el mundo pareció detenerse. Los guardas, quienes en todo momento nos rodeaban, apartaron la tela y nos mostraron un paso escalonado descendente parecido al de subida, aunque iluminado de manera convencional.

Según bajábamos, pude mirar durante unos segundos a través de un espacio entre dos chapas mal encajadas, próximas al techo: vi a un hombre con cuervovisera sostener distraídamente con una mano un sándwich a medio comer, mientras con la otra accionaba una palanca. Dos planchas en la pared, encajadas entre sí por unos picos metálicos, se separaron entonces en sentidos opuestos, arriba y abajo, abriéndose un hueco por el que entraba la luz del exterior, solo para cerrarse de nuevo al cabo de unos instantes. Mientras, el operario leía una revista sentado en una silla, dando buena cuenta de su tentempié hasta proceder al siguiente palancazo.
Qué hacía ahí ese hombre sería para mí, sin duda, otro de los muchos misterios silenciados en Mondo Egypto, que caerían sobre mis noches como losas a partir de entonces y que nadie querría escuchar.

La luz natural insinuada tras la última cortina de la última de las puertas significaba, para nuestra sofocada compañía, impagable agua de vida, refrigerio tras los trabajos y descanso para nuestras extenuadas mentes y pupilas.

Antes de salir, empero, Hinsuè quiso despedirse de nosotros gritándonos unas espontáneas palabras:

- ¡GRACIAS, SEÑORES! ¡GRACIAS POR SU BELEVONENCIA! ¡RECUERDEN QUE NO DEBEN CONTAR A NADIE LO VISTO AQUÍ, PIENSEN EN MI TRISTE DESTINO, SE LO SUPLICO! ¡ADIÓS, ADIÓS, AMIGOS!

Y buscando con la mirada a la anciana que con tanta bravura lo había defendido, sonrió tras el betún y le dijo adiós con la mano. Pero ella, aún congestionada y extraviada, no se dio cuenta.

____________________

Cuando los trabajadores de Mondo Egypto salieron de la barraca al final de la jornada, nadie hubiera dicho que se trataba de las mismas personas que daban vida al mundo del interior: pantalones vaqueros, camisas de algodón y paraguas, porque el cielo estaba nublado.

El faquir se encontraba en el aparcamiento abriendo la puerta de su todoterreno cuando un hombre trajeado, maletín en mano, se dirigió a él extendiendo una tarjeta.

- ¿Valentín Schnider Pashabi?
- Sí, ¿con quién tengo el...?
- Agencia Tributaria. ¿Podría hacerle unas preguntas? Mañana, de todas maneras, debería presentarse ante...

El hombre seguía hablando, pero Valentín no pudo oír nada más. Tragó saliva, se apoyó en el coche y empezó a llover.

Lamentamos esta interrupción...

'...esperanzas de salvar vuestro ridículo planeta "Tierra"?'

La gerencia pide disculpas por el tiempo que puede transcurrir entre la publicación de entradas, especialmente si su nombre de pila empieza y acaba por alguna de las siguientes combinaciones de letras: D-L, E-R o R-L.

Recuerden que en Cuervolandia el tempo es lento y empapadizo cuando no descompensadamente galopante. Si el apreciado visitante quisiera sentirse totalmente cómodo y evitar cualquier tipo de insatisfacción, tal vez podríamos recomendarle algunos otros parques temáticos en los que no podrá encontrar amables animadoras montadas en monociclos ni, desde luego, sirope de arce.

Confiamos en que siga visitando Cuervolandia, el complejo lúdico proyectado con ilusión para gente como Usted.

Atentamente,

Los gerentes.

Mondo Egypto (II)

'Nos he reconocido'

Siguiendo a nuestro joven e inopinado guía, que dice llamarse Hinsuè, ascendemos escalón a escalón por un angosto pasadizo de paredes metálicas pintadas de negro, con tanto sobrecogimiento como curiosidad. Así debió de sentirse Lord Carnavon al arrojar luz bajo el burka con que gusta de vestirse la Historia; estas que yo siento ahora, u otras semejantes, serían las mariposas que viajaban por sus venas, muriendo ensordecidas al final del trayecto por el timbal de su corazón desbocado.
Tan solo la musiquilla que también sube con nosotros (¿pero no es clavada a la de aquel videojuego de romanos de mi sobrino?) sigue conectándonos con un presente que cada vez se nos antoja menos tangible.

La planta superior no presenta ningún hueco. En cambio, una plataforma central oculta su contenido tras oscuros telones carmesís. En cuanto los visitantes más rezagados se nos unen, el niño mendigo nos advierte con temor: "Mucho cuidado, silencio o nos descrubirán... Yo era esclavo en palacio y derramé en presencia del Faraón una cesta de manzanas, por lo que fui ajusticiado. ¡Su ira es terrible!". Y susurrando exasperado estas palabras, retira alguno de los harapos que cubren su brazo derecho para mostrarnos una carne ennegrecida y maltrecha, sin duda objeto de tortura inclemente.

- ¡Ay, por favor! -clama alguien del grupo; otros se cubren la cara con las manos. Los chiquillos le observan con los ojos como platos y una maravillada expresión en sus rostros.

Repentinamente, un cañón de luz nos ciega, sobresaltándonos. Una profunda voz que parece proceder de todas partes a la vez nos paraliza con su insistente "Intrusos. Intrusos en la Cámara prohibida. Intrusos". Es la voz del Faraón, seguro. El de los dientes afilados, el despótico torturador de niños. Por cierto, que el chaval se ha esfumado. La hemos cagao.

Lo que parece ser un pequeño grupo de guardas reales, ataviados con placas metálicas y enarbolando unas imponentes lanzas, nos rodea en un decir ¡Jesús!. Se quedan mirándonos durante unos momentos que se hacen insoportablemente tensos, con sus feroces ojos arponeándonos desde el fondo de esos elegantes cascos con forma de cabeza de escarabajo.

- Yasuhe! Filt'ka desteshma! Hanu? -nos espeta uno al fin.

- Marcelo, yo lo estoy pasando fatal -confiesa Ana María Vidal con nerviosismo, mientras le clava a su marido las uñas en el brazo. Marcelo imagina que su presencia allí tiene que suponer una ofensa mucho mayor que tirar una cesta de manzanas, y sabe que no soportará un dolor más intenso que el de las uñas de su mujer. Nada escapa de su garganta.

Los niños se esconden detrás de sus progenitores, pero asoman las cabecitas de vez en cuando. El grupo entero de intrusos se estremece cuando otro guardia brama:

- Hinsuè tami!! Tchiil sobair.

Gritando y pataleando desde el fondo del pasillo, el niño mendigo es traído por la fuerza ante la presencia de todos.

"¡Criatura! Le han capturado", se dejan oír alarmadas varias voces.

Una anciana no puede soportarlo más y pide clemencia para el muchacho: la culpa no es suya, es de ellos por estar allí, no le castiguen más, bárbaros. Según acusa, según defiende, su voz se desgarra y aumenta de intensidad.

Raimundo Solís, uno de los guardas del grupo, se lo pasa pipa en su fuero interno. Cosas así no suelen suceder, pero tampoco es algo tan infrecuente. Más tarde él y sus compañeros comentarán los detalles con regocijo, mientras cuelgan en el vestuario sus disfraces o se meten un buen bocata de sardinas entre pecho y espalda. Raimundo planea realizar un libro basado en el estudio de la psicología de grupos integrados por desconocidos, sometidos a situaciones inesperadas que conllevan una cierta presión. Nunca dejará de sorprenderle cómo reacciona el ser humano y qué roles asume en un momento dado. Y hoy, pensaba felizmente, tendría un par de datos más que apuntar en su libretilla de estadísticas.

Ante la atónita mirada de la gente, los guardas y el chaval mantienen una breve y extraña conversación:

- Masabe howagno, durul kebennt -dice uno de ellos.
- Aqair xizem, massra? -negocia el chiquillo.
- Jamulhep, jamulhep! -sentencia otro.

Los guardas sueltan a Hinsuè, quien explica la situación: a cambio de su labor como intérprete, él no será castigado, pero los intrusos extranjeros deben jurar no volver a profanar el templo sagrado con su acyebto aliento. Y antes de ser expulsados, los guardas les mostrarán los horrores a los que se exponen si llegan a ser vistos por segunda vez en este lugar.

12 de febrero de 2007

Conversaciones en Cuervolandia:

'Coro espectral'

Cuervolandiaaaaaaaaaaa.


1 Señora Antonia ¿Me da dos boletos?
2 Hombre, Ustedes otra vez, la verdad es que parece mentira ¡Qué afición la suya!
1 Es que a mi hijo le encanta ver al Fakir, me pide contínuamente venir a verlo y dice que de mayor quiere ser como él, no vea lo que me cuesta mantenerle lejos de las agujas y los cuchillos.
2 Criatura... ¡Qué mono es! toma un toffe cariño.
1 Enriquito, ¿Que se le dice a la señora?
3 Gñrfscias
2 Bueno, tenga las entradas pero debo advertirles que hoy no actúa el fakir
1 Vaya ¡que disgusto! ¿Qué le pasó?
2......
3 Güeeeeeñrfs sob sob

--oo00oo--

-Berta, ¿me alcanzas el pintalabios negro?
-Te he dicho mil veces que no me llames Berta, aquí soy Jaquelynn, ¿no ves mi chapa?
-Hija de mi vida, vaya humos, te dan un monociclo y ya se te sube el cargo a la cabeza, debe ser de verlo todo desde las alturas.
-Una cosita, ¿los Pierrots no érais mudos?, pues a ver si somos un poco profesionales... que ya te vale. Ffffffffffyyyyy.
-¿Estás bien?
- No, hoy me he vuelto a caer sobre el morado de la rodilla y cada vez que lo toco veo las estrellas.
-Bueno, ánimo he de decir en tu descargo que ya estás aguantando en el puesto, tu antecesora...
-Mi antecesora no valía nada, asustaba a los niños y tenía una voz muy desagradable por el altavoz. Estaba cantado que la iban a echar... No me hagas caso, la verdad es que estoy afectada por lo del fakir...
-Ya, yo también, supongo que si no te tomas este trabajo con ilusión no te sale nada a derechas. Yo por ejemplo hay veces que me cuesta meterme en el papel y... ¿?.... ¡Bertaaaaa! Venga, no llores ¡Toma una flor!,.. ¡Mira ya salen los niños de Mondo Egypto! ¡Qué bien se lo pasan!
- Gracias , snifff.. Es verdad, si no fuera por ver esas sonrisas en las caras de la gente ...
-Alegra esta cara, si esto es tu vida, no hay nadie como tú anda ven aquí...vamos a ver esa herida.....

--oo00oo--

X-Perdone, ¿Va a acabarse su sirope de arce?
Y-¿Ah? El Sirope... por supuesto, tenga
X-No sé por qué, pero el Sirope sólo me sabe bien en Cuervolandia.
Y-¿Usted también lo nota? Aquí todo transmite una sensación especial...
X-Si, yo suelo venir aquí cuando me encuentro angustiado por la vida...
Y-¿Cómo dio con este lugar?
X- En uno de esos días vacíos de mi vida empecé a caminar por el desierto, conté hasta diez mil y aquí estoy.
Y- Es fascinante, yo en realidad he venido a ver al fakir, pero hoy no actúa. Debería estar decepcionada, pero en este lugar me parece como algo normal... no se por qué....Perdone debo irme, encantada de hablar con usted.
.....
---No sé por qué no me presenté, no sé por qué no fui corriendo tras ella, quizá porque tenía la certeza de volver a ver ese abrigo gris y esos labios tan rojos.....

--oo00oo--

Niños ¡Háganse una foto con los Cuervoñecos!, no se los pierdan al lado de la tienda de velas...

27 de enero de 2007

Mondo Egypto (I)

'Adorado Katusho'

Alzándose faraónicamente en una de las amplias avenidas laterales del desangelado complejo lúdico, llama nuestra atención la fachada decorada de esta barraca permanente: una colosal y dorada divinidad egipcia, blandiendo un tridente ensangrentado en su crispada mano izquierda, nos señala desafiante desde su trono cual Tío Sam antiquísimo. "¿Te atreverás a profanar mi sagrado y mortal monumento funerario por 25 tristes cuervofichas?", parece decirnos henchido de arrogancia. Uno se queda impresionado mirando su boca mecánica abriéndose de vez en cuando, tan llena de colmillos afilados. Algunos padres intentan, hasta ahora sin éxito, calcular mentalmente el momento en que la boca volverá a abrirse, mientras sus niños se les cuelgan de la manga, impacientes.

Los altavoces, entre acoplados pitidos, intentan persuadir al público de que lo mejor es no visitar esa atracción si se padece del corazón. "El parque no garantiza que su sensibilidad quede inalterada tras asistir a las maravillas de Mondo Egypto". "Se recomienda que los niños entren acompañados por mayores de edad". "¡Dios mío, es asombroso!" (Largo silencio)

Tras soportar estoicamente la violenta mirada de la divinidad durante los largos minutos de cola, al fin un hombre con turbante y cuervovisera recoge nuestras fichas avariciosamente, señalándonos la oscura puerta por la que entraremos y ya no saldremos. Llegados a este punto, la ansiedad es máxima. Tal vez no ha sido una buena idea pretender descubrir los inextricables misterios de la antigüedad, después de todo...

Al fin dentro, nuestros ojos se acostumbran a la penumbra y un penetrante olor nos envuelve. En parte agradable pero en parte no, una de incienso y otra de establo, no puedes evitar aspirarlo para recrearte en sus contradicciones.

La musiquilla suave y exótica, protagonizada por leves percusiones metálicas e instrumentos de viento, acompaña nuestros primeros pasos alrededor de lo que parece ser un pasillo cuadrangular en torno a un oscuro espacio central. Las pinturas fosforescentes que nos rodean, verdes y amarillas, reclaman nuestra atención con su simbología profana; runas y caracteres cirílicos ocultan celosamente su significado a nuestros ojos occidentalizados ya sin remisión.

Repentinamente, se ilumina el área interior para revelar un escenario situado en un plano inferior y la música cambia. Aparecen vestidas "a la egypcia" unas guapas chicas dispuestas en formación, moviéndose de lado y balanceando la cabeza una y otra vez al compás de sus brazos en forma de S. Ejecutan un sensual baile (respetando siempre el desplazamiento lateral y los brazos en S) que inquieta a algunas madres y novias, pero todo está preparado para no sobrepasar en nadie el umbral de la nerviosa conformidad. Con el postrero movimiento espasmódico, posando casi a ras de suelo, levantan las cabezas a la vez para gritar "¡¡Somos las esclavas de Amenofis!!" justo cuando el último sonido se extingue.

Acto seguido, comienzan a gritar ante la invasión escénica de unos poderosos hombres-loro armados con cadenas y a pecho descubierto. Haciéndolas restallar contra el suelo, amenazan a las esclavas de Amenofis sin atisbo de misericordia. Tras un espantado revuelo, la mayoría huye por el oscuro perímetro circundante, pero algunas otras, presas del pánico o de una desafortunada caída, yacen infelizmente llevándose el puño a la boca. Es entonces cuando una luz rojiza lo baña todo y los hombres-loro comienzan a luchar entre ellos; aunque haciendo gala de una cierta lentitud, su combate a cadenazos logra arrancar algunos "¡ah!s" y "¡oh!s" desde los pasillos superiores.
Algún hombre-loro está decididamente fondón, pero la luz es tan roja y los graznidos tan penetrantes y las chicas tan guapas. Al final solo quedan en pie un luchador y una esclava, los cuales iban a besarse arrebatadamente cuando la más completa oscuridad ahoga nuestros ojos durante varios segundos. (Bueno, en realidad varias de las chapas con que se levantaron las paredes de la atracción no encajan perfectamente, dejando pasar al interior, aquí, allí o acá, unas delgadas brechas luminosas)

Al fondo del pasillo, una puerta se abre quejumbrosamente, según podemos apreciar gracias a la megafonía interior, indicándonos el camino a seguir. Cuando los primeros visitantes se aproximan, un niño harapiento y embadurnado de betún les pega un susto de muerte: "¡¿ESTÁN SEGUROS DE QUE DESEAN CONTINUAR, SEÑORES?! ¡JAAAJAJAJAJAJA! ¡Yo les guiaré por una senda empredada de maldiciones y misterios! ¡Acompáñenme si se atreven!"

Todos siguieron sus pasos, y ascendiendo por esas azarosas escaleras hubo hasta quien se persignó, a pesar de que el chaval parecía recitar sus líneas mecánicamente.