24 de diciembre de 2008

Cuervopoema navideño

'No os vayáis, os voy a contar algo más...'


Paco el arlequín coge su mandolina y comienza a declamar ante un semivacío Cuervoauditorio:

Luna, luna, luna, luna,
faro de licantropía,
sueño irreal, utopía,
acude rauda, oportuna
y haz que brote la poesía
en esta noche lobuna.

Cuervos, cuervos, cuervos,
negros, negros, negros,
vuelan, vuelan, vuelan,
sobre los Monegros.

Grajos, grajos, grajos,
vuelan bajos, bajos,
llevan en sus picos
bolas y colgajos.

Copos, copos, copos,
blancos, blancos, blancos,
cubren, cubren, cubren
simas y barrancos.

Velas, velas, velas,
ocres, pardas, negras,
lucen, lucen, lucen:
¡viva la verbena!.

Padres, madres, niños,
cantan villancicos,
ríen, ríen, ríen
a pesar del frío.

Con Milli y Vanilli
bailan las parejas
ritmos alocados
en la Nochevieja.

Gentes, gentes, gentes,
gritan sonrientes
desde todo el mundo:
¡Vivan los gerentes!

"¡Cuervo, cuervo, cuervo,
landia, landia, landia!"
claman en Laponia
y también en Gambia.

Noche, noche, noche,
buena, buena, buena,
el señor Cubero
no viene a la cena.

¡Niños, niños, niños,
que eso no os dé pena!
Está haciendo cuentas,
tal es su condena.

Todos los gerentes
desde el snack-bar
os desean nuevamente
una feliz Navidad.

1 de diciembre de 2008

Especial 2º aniversario


   'Año 1'

 'Año 2'

Felíz Felíz Cuervodíaaaa

Como ya viene siendo tradición los gerentes alimonamos un nuevo relato a tres bandas sin saber cada cual lo que escribe su prójimo, este relato se irá actualizando a lo largo del día de hoy, permanezcan atentos a sus pantallas, ¡Que suene la música, comienza el pasotriple!!!!!

Primera parte:

Acurrucado en el ajedrezado suelo de su estancia, Paco el Arlequín miraba una y otra vez su diario, mientras se concentraba en los últimos versos de sú última obra, una Silva romántica titulada "Los Repollos También Tienen Corazón".

Meditando acerca de palabras que rimen con licantropía, bebió otro sorbo de su sol y sombra. Inmediatamente recordó que ya hacía tres años que trabajaba en Cuervolandia, de cómo llegó vestido de arlequín, y nadie lo miró con extrañeza, de la sonrisa amable del Sr. Cubero dándole a firmar un contrato que si bien no era del todo satisfactorio en lo económico, sí lo era en sus posibilidades de promoción, y además ¿Quién podría negarse a firmar un contrato realizado en pergamino y sellado con lacre beige? Hasta en eso tenían estilo los gerentes.

¡Tres años ya!, Tres años, siendo el rapsoda de Cuervolandia, haciendo reír y llorar a los niños y padres, y lo que queda aún.... Paco cogió su mandolina y pensó ....Utopía.


Segunda parte:

Julito Fontevalero estaba nervioso. Estaban a punto de publicarse las listas definitivas de aprobados de las oposiciones al puesto de registrador/cuidador de aves raras del territorio de Los Monegros. Para él era todo un reto. Despues de haberse dedicado a estudiar muchas horas, y de haber hecho un examen del cual no sabía predecir el resultado, necesitaba un respiro. Pero desconectar era dificil. Por un lado su familia no dejaba de preguntarle qué tal le había ido, y por otro lado su jefe en Salvemos al Mosquitero Silbador no dejaba de desanimarle con lo dificil que era y las pocas posibilidades que tenía. Tan sólo su amigo Oswaldo Salvadórez, informático en cuervolandia le animaba:

- Mira Julito... ya sabes que a mí las cosas jipis esas de las hierbitas y los pajaritos me la soplan. ¿ecología se llama?, ¡eso! Pero yo se que es tu pasión. Además... piénsalo así: si no apruebas no pierdes nada. Te vuelves a presentar al año que viene. Yo te puedo recomendar para Cuervolandia. Seguro que hay algo que tu puedas hacer. Siempre hay curro en el equipo de programación. Mírame a mi. Empecé firmando un contrato horroroso haciendo muchísimas horas, y ganando poco. Por otro lado no pude negarme a firmar un contrato encriptado con 7 claves y redactado en C++ y Java simultáneamente. Pero ahora, de Jefe de Desarrollo Multimedia... Sin duda he progresado. Como tú podrías hacer. Sólo tendrías que aprender a programar.

- Es que a mí la programación... no se yo.

- Bueno, si no es ahí, hay multitud de atracciones en las q puedes participar. Hay una nueva... "La Casa Abandonada".

- ¿Es de terror? - dijo Julito claramente interesado.

- Que va, hombre. Es una casa... abandonada. Dentro no hay nada. Ni muebles ni nada. Con sus goteras y todo. Tan sólo hay que enseñarla a los visitantes. Y el jardín ¡es todo un ecosistema! todo lleno de zarzales y el césped te llega por las rodillas...Uy, además, Cuervolandia también necesita quien dé de comer a los cuervos. Siempre hay necesidad de sustitutos por picotazos en las manos... ¡Dichosas Criaturas!

- Jo, Oswaldo, tu si que me comprendes. Eres todo un amigo.

- En cualquier caso... si apruebas, podrás decirle a tu jefe lo que le dijo Robbie Williams a los demás cuando le expulsaron del grupo ¡Take That! Eso si es estilazo...

La mano derecha de Salvadórez realizaba un gesto obsceno, que Julito decidió olvidar, puesto que reconocía la buena intención de su amigo. ¿Podría cuervolandia convertirse en su futuro profesional?


Tercera parte:

Tras los ventanales acristalados de la suite "Chorros de oro de Alsacia y Lorena" del Cuervohotel, el arcipreste observaba complacido cómo su tercera promoción de catequistas abandonaba de buena mañana el edificio para desperdigar -primero por los barrios, más tarde por todo el planeta- las semillas dogmáticas que él había sembrado en sus mentes con tanto afán.

Una bandada de cuervos pasó volando por entre el grupo de jóvenes y, vistos así desde esa altura, con sus sombreros y atuendos al viento, ni siquiera el arcipreste podría distinguir a los unos de los otros.

Atrás quedaba un cuatrimestre de intensos ejercicios espirituales, inolvidables confesiones en grupo y agotadoras sesiones de reforzamiento conductual, rodeados siempre por un sobrio lujo: grifos de oro sí, pero pensando en quienes carecen de ellos en el tercer mundo; y, desde luego, nada de diamantes entremezclados con los cubitos de hielo en el cava, pues como quedó demostrado en otras ocasiones, podían acarrear menos alegrías que disgustos.

Así, satisfecho, el arcipreste decidió pasearse por Cuervolandia adelante con las manos unidas relajadamente tras su espalda. En el embarcadero del lago artificial, asomado sobre su oxidada verja verde, se entretenía tirando piedrecitas de grava a los envases de cuervoñigos. Al volverse para continuar paseando, vio en el suelo un compact disc roto en tres pedazos. Él, que ni de pequeño recogía el dinero del suelo cuando se le caía, se descubrió a sí mismo inclinándose para meter el malogrado CD en un bolsillo. ¿Por qué lo había hecho? Algo le había obligado, algo en las débiles irisaciones desprendidas por el plástico bajo ese cielo encapotado.

Sentía que sabía lo que hacer. Acudió raudo a la cuervoestafeta de correos y, al salir, llamó por el móvil a su secretaria personal, Athanasía.

- ¿AMP?

- SPC. Te he mandado por mensajería urgente un disco de esos que giran tan rápido, despedazado. Cuando llegue esta noche al despacho, estaré muy interesado en poderlo escuchar. Te dejo ahora, que estoy muy ocupado y con el teléfono en voto de silencio.

A Athanasía se le atragantó la piruleta que estaba saboreando, pero en sus once años de vida había superado muchos retos y este, se dijo, este era tan solo otro puto desafío más. Tomó aire profundamente, descolgó el teléfono y marcó un número de 14 cifras.

- Stanislav, J'ai besoin de toi.

Las 2 de la madrugada. A esa hora bruja llegó el arcipreste a su despacho, sudado como un hisopo y presa de la ansiedad acumulada durante todo el día por escuchar el disco. Ni por un segundo dudó de que estaría disponible para su perfecta audición. Encendió la luz. Sobre la mesa, un sobre con algo escrito le aguardaba. En él podía leerse: "Nada es imposible con la fe requerida y la secretaria apropiada. Hasta mañana a las ocho". Parecía escrito con sangre, pero descartó esa posibilidad debido a la longitud de la frase; seguramente se trataba de lápiz de labios. En cualquier caso, no iba a invertir ni un momento de su preciado tiempo en comprobarlo. En el interior encontró el disco original exquisitamente recompuesto, acompañado de otro resplandeciente y nuevo, etiquetado como "Flamante copia restaurada". Inquieto, marcó el número de Athanasía.

- AMP. Oiga, Athanasía, la flamante copia restaurada no significará que ha escuchado usted el contenido del disco antes que yo mismo... ¿verdad?

- SPC... No... no lo sign...

- ¡Sísísísí!. Es suficiente.

Cortó la llamada y pensó: "Perfecto". Relamiéndose los labios agrietados por el viento del desierto, introdujo el CD recompuesto en la cadena musical y pronto los ojos casi se le salieron de las órbitas. Comenzó a gemir de felicidad, pues había reconocido aquella música que formaba parte de su infancia, aquella que tantas veces había tarareado a lo largo de toda su vida, una que asociaba a olores que sólo, a veces, se le presentaban en sueños; una melodía que había, en vano, tratado de conseguir por todos los medios posibles y nadie conocía, nadie recordaba, de la que en ningún lugar había encontrado datos o referencias... tan solo en su mente infantil. Se trataba, sí, de la banda sonora de una radionovela croata que su madre (en paz descanse) seguía cuando era joven, mientras regaba las plantas del balconcillo de la casa que le había visto nacer. Era maravilloso, una experiencia mística que hacía hervir su cerebro. Las emociones se agolpaban en su pecho y sus neuronas brillaban y  bailaban, pero en una fracción de segundo, todo cesó abruptamente.

En efecto: había interrumpido voluntariamente la reproducción de esa milagrosa banda sonora cuyo autor e intérpretes jamás conocería. Jadeando con el tembloroso CD en la mano, se vio reflejado en su superficie como un demente. Tal vez lo era, pero no estaba dispuesto a dejarse vencer por el demonio del vicio que lo poseía, por un lado, ni deseaba deber favores a ningún dios, por otro. Rompió de nuevo el CD y se lo dejó en un sobre a la secretaria encima de su mesa. Escribió en él: "Elimínese por inútil". Cerró el despacho, corrió como un descosido por las calles solitarias de la ciudad hasta el puente, y la flamante copia restaurada la tiró al río.

Al día siguiente, se despertó a las ocho y tres minutos profundamente arrepentido. Llamó desesperado a Athanasía, pero ella ya lo había eliminado a las ocho "según sus instrucciones". Gritó "¡nooo!" hasta quedarse afónico y buceó por el río hasta acabar hospitalizado por neumonía aguda, maldiciéndose todas las noches en su cama a partir de entonces. Finalmente, fue a confesarse. Tras contarle la historia al sacerdote que le escuchaba atenta y contristadamente, éste le preguntó:

- Hermano... ¿Cuál es entonces, a tu juicio, la moraleja de esta historia?

Contestar le llevó poco tiempo:

- Sólo tengo claro que los visitantes de Cuervolandia cuentan con un gusto exquisito... pues sus desperdicios, Padre, son nuestras epifanías.

6 de noviembre de 2008

El segundo gerente. Chapter two

  
 
 'Sinalagma' 
 
  'Somos legión'


Bueno, ya va siendo hora de que les comente el segundo hecho que impactó mi vida. Lejos quedan ya los años de mi loca juventud en Alemania, el resto de mi existencia discurrió en un eterno devenir de diferentes actividades, asumiendo (que no aceptando) que me había tocado vivir en un mundo de imperialismo y capital al que por narices hube de adaptarme.

Así acabé viviendo la vida de artista, quizá la única que merece ser vivida, continué componiendo canciones para músicos pop que como dice la propia palabra se elevaban al cielo, hacían “pop” y se desvanecían (Nick Kamen, Glenn Medeiros, Richard Marx, Transvision Vamp….)  Fueron tantos los desaparecidos del Pop que ya ni les aburro con la lista.

Un día me levanté y me di cuenta que había perdido la inspiración, al principio pensé que era flor de un día, recurrí a todos los trucos de la profesión, me encerré en un hotel durante meses, viajé a lugares exóticos, me empleé en subtrabajos como Bukowski, pero ni con esas. Además yo no podía recurrir al plagio y al trabajo de los demás como hicieron y hacen los escritores y artistas de éxito, porque yo era un escritor inexistente, eran los demás quienes utilizaban y plagiaban mi obra.

Por primera vez en mi vida empecé a desesperarme, no por el dinero que nunca me importó, sino por la pérdida de mi esencia, teóricamente no tenía problemas, podría vivir holgadamente de los royalties de mis canciones... Sin embargo, me faltaba algo.

Fue mi psiquiatra, el Dr. Lupiáñez, quien me propuso un curioso ejercicio: consistía en adentrarme en un entorno donde no hubiera nada, despojarme de todas mis cosas materiales y allí, sólo en medio de la nada, intentar encontrarme a mí mismo.

Así, una plomiza tarde de domingo me acerqué al desierto más cercano, me despojé de mis ropas, de mi cartera, de mi DNI, conté 10.000 pasos y al fin llegué a un punto que a pesar de estar en medio del desierto parecía estar nublado, de esos días como que no sabes si abrir o no el paraguas, con esa clase de tiempo destemplado en el que no hace frío para ponerse una chaqueta, pero tampoco hace calor... Me di cuenta de que estaba a punto de vivir el segundo hecho trascendental que jalonaría mi vida, y efectivamente, allí estaba el Cuervo……

-¿Te has encontrado ya? -Me preguntó-.

-No,… No lo sé -contesté espantado…- ¿Quién eres tú?

-Construirás un parque de atracciones.

-¿Pero, pero…?

-Ni pero, ni Mero. Craaaaak!!!!! (graznó furioso y se echó a volar)

En seguida me di cuenta de que eso no había sido un espejismo ni una visión, que ese lugar era yo mismo, y que había otras personas que también eran ese lugar, tenía que encontrarlas y hacer que ese sitio fuera lo más agradable posible, ese fue el mensaje del cuervo.

El resto de la historia es simple, junto con los demás gerentes hemos creado este lugar como faro para los que sienten Cuervolandia, para los que son Cuervolandia.

Y tú,.... ¿Eres Cuervolandia?
Visite los cuervocines
Por fin un ciclo de cine tártaro sin subtítulos!!!!!
Altramuces y pastillas de potasio por sólo una cuervoficha

29 de septiembre de 2008

La cámara antigravitatoria de Cuervolandia



'El último viaje de Schumpeter'

'Susuna'


Don Eloy Buján estaba contento: a su avanzada edad, el trabajo como operario y técnico de mantenimiento que durante años venía realizando en Cuervolandia, se ajustaba perfectamente a su vida y circunstancias. Siempre lo había dicho y por ello se sentía muy agradecido.


Ese día, como todos los demás, se dirigió bien temprano a la caseta de máquinas disimulada tras una puerta en la fachada de esa, entendía él, prodigiosa atracción. Casi no se notaba la cerradura si no se conocía su punto exacto de ubicación: bajo la entrepierna del astronauta que, dibujado sobre un fondo negro estrellado, saludaba a los clientes con una congelada ingenuidad y el casco bajo el brazo. Pues bien, en esa estrellita metió D. Eloy su llave cerrando tras de sí.

Todavía se acordaba de la primera vez que desempeñó su tarea, poco después de que uno de los gerentes comprase de ganga el dispositivo clave de la barraca a un buhonero que transitaba por el desierto con su carro de cachivaches tirado por un borrico.

— Se lo dejamos muy bien de precio, ¿eh? Nos quita usted un peso de encima, se lo confieso, que si no, no… ¿eh? Tan solo le haría falta una limpieza y puesta a punto. Ah, y tome… A ver dónde la he metido… Espere. Por aquí andaba… Ahí está, debajo de estas planchas de hierro. No la pierda, ¿eh? Que si no… ¡Jo! ¡Jo! ¡A ver quién lo pone en marcha! Oiga, ¿puede darnos un vaso y un cubo de agua?

Aspirando el olor a aceite industrial, encendió las luces verdes del angosto pasillo para dirigirse sin demora al motor principal del ingenio. Con los guantes enfundados, giró y giró el mecanismo hasta ser visitado por un ligero sudor, momento en que, como de costumbre, empezó a escucharse el zumbido de la maquinaria. Pausa y giros, una y otra vez. Se trataba de un ritual bien conocido, un baile cuyos pasos y ritmos ya dominaba a la perfección. Una última y más penosa vuelta, palancazo y… ya estaba por hoy. Satisfecho, secó su frente, apagó la luz y enfiló hacia el snack-bar a enchufarse un carajillo. El médico se lo había dicho con la analítica en la mano: “Eloy, estás hecho un toro”. Él sonreía al recordarlo, pues creía saber por qué.

Flotando a 6 metros de altura en esa cámara hueca cuadrangular coronada por una cúpula, Florentino Muñoz se preparaba para ser astronauta. Pero de los de verdad. Iba allí todos los días a entrenarse. Así, cuando las dificultades del paseo espacial no entrañaran secretos para él, se presentaría a las pruebas de la NASA, o la ESA, o como se llame, y arrasaría con los demás candidatos. Entraba siempre a primera hora, antes de que el lugar se llenase de incómodos aficionados que solo iban allí para divertirse y molestar, con sus chillidos, risitas y torpezas. Él se esforzaba por hacer como que no los veía, labor harto difícil, pero aceptaba la situación como otra faceta de un entrenamiento en el que no sólo se cultivaba el equilibrio y la aptitud espacial, sino también el poder de la mente a través de la concentración.
Una vez detectó a una chica que demostraba una gran habilidad; cuando volvió a entrar a la cámara por segunda vez junto a él, supo sin duda que se trataba de una rival. No paró hasta arreglárselas para machacarle una mano de un pisotón.

Carlitos Santalla tuvo miedo la primera vez que entró en la cámara con su padre. Ahora, en cambio, era una lata, pensaba él, que no permitiesen pasar a los niños sin un mayor que los acompañase. Cuando le pilló el truco, se impulsaba levemente con los pies desde lo alto de la cúpula y veía acercarse con lentitud el suelo de madera listado a su nariz . Si tenía la suerte de que nadie se interpusiera en su camino, justo antes de besar la parte de abajo (que a veces parecía la de arriba, según le dictaban sus sentidos), soplaba con fuerza para quedar suspendido como un jamón a ras de suelo, si bien solía encontrarse reemprendiendo el viaje exactamente en sentido inverso al inicial… hasta que el tiempo se agotaba y, a cámara lenta, volvía a ascender (no, descender) sintiendo como si le pusieran encima un peso invisible cada vez más odioso. El lastre de su propio cuerpo, de su sangre que, como plomo líquido, volvía a dotarlo de mortalidad y vulnerabilidad. Volvía a ser normal.

Pero la mayoría de los chavales solo deseaban hacer diabluras y cabriolas imposibles con sus cuerpos tras un vacilante, maravillado período de adaptación que podía durar de 2 a 3 minutos. Qué divertido era soltar bolitas de salivillas y reencontrárselas, o perseguirlas y volverlas a engullir las primeras veces, hasta que te percatabas de que no eras el único divirtiéndose por allí; o girar sobre ti mismo como los chinos del trampolín esos de la tele; y fijarse en los pelos de las niñas era divertido y espectacular, como al principio de las películas de James Bond o cuando están debajo del agua, y también es mala suerte que ninguna llevase falda.

Tampoco faltaban las parejitas de enamorados, o eso creían ellos —reflexionaba Eloy, felizmente casado, rematando su vermut—, quienes empezaban cogiéndose de la mano o con unos cándidos besitos y, con tanta levedad, parecía que les acababa pesando la ropa. Como el caso de aquellas dos muchachas que, a lo tonto a lo tonto, le habían obligado a activar la palanca de gravedad antes de tiempo... algo menos gradualmente de lo planeado. Sí, tal vez se le fue la mano pasando de gravedad 0 a G +1,5 de sopetón, pero en su disculpa ante los gerentes fue valorado su lógico nerviosismo y, en fin, que hay cosas queeee… en una atracción familiaaar…

A consecuencia de incidentes relativamente frecuentes como aquel, durante un tiempo se decidió forrar el suelo con un blando y grueso revestimiento rojo. Sin embargo, no tuvo éxito: la gente se quejó, les parecía inapropiado y hacía que se sintieran incómodos, embaucados de alguna extraña manera que en las hojas de reclamaciones no acertaban a precisar, por más que se alegasen motivos de seguridad por parte de la gerencia. Finalmente, el mullido tejido se retiró y una nueva sala de Mondo Egypto fue inaugurada.

No obstante, los momentos más satisfactorios que vivió en el parque se los regalaban, una vez cada tres meses, los discapacitados de un colegio: venían en bus con sus sillas de ruedas, sus muletas, sus hierros, y después volaban como pájaros y sonreían, cómo sonreían. Él los dejaba disfrutar durante más tiempo del establecido, con la vista alegremente fija en los cristales. “¡¡Mira, profe!! ¡¡Mira, mamá!! ¡Mira, mira!”.

Después, para rematar tanta maravilla, con las miradas aún encendidas, la gerencia les invitaba a un Cuervofrutas que manchaba sus dientes para el resto del día, como indeleble impronta de felicidad.

Eloy salió del snack-bar pensando en el futuro. A él le encantaría que se recogieran las cuervofichas de la atracción en el aire, o que esos niños con dificultades pudieran encontrarse con mascotas en la cámara. Había pensado incluso en un habitáculo anexo especial para que los enamorados y enamoradas se entendiesen durante más tiempo (abonando un número mayor de cuervofichas, claro está) sin escandalizar ni ser interrumpidos, o en la instalación de un dispositivo especial de limpieza que absorbiera los líquidos indeseados o esporádicas vomitonas. No era ajeno a los problemas técnico-logísticos que todo ello planteaba, pero estaba seguro de que, si no él, estos avances podría llegar a verlos su sucesor.

Según llegaba a la cámara, vio que Florentino Muñoz estaba esperando la apertura de puertas impacientemente. Detrás de él, una pareja de obesos novatos manoseaba sus cuervofichas con nerviosismo. Tal vez —se dijo ahogando una sonrisa—, en esta ocasión, tuviera que llevar la palanca hacia los números negativos.

Entró en la caseta de máquinas, comprobando por última vez que la enorme llave estaba girada a tope y bien ajustada.

—Me encanta mi trabajo.

Siempre lo había dicho y por ello se sentía muy agradecido.

24 de septiembre de 2008

Tatuajes de gala


'Belloticerdo'

¿Cuántas veces ha deseado ir a un cóctel refinado, a una recepción en la embajada o a una entrevista de trabajo (con posibilidades) y no ha sabido qué tatuaje ponerse?
Los gerentes, siempre sensibles a sus tribulaciones, os obsequian una vez más, con un ramillete de elegantes sugerencias.

No dejen de visitar nuestra galería de Tatuajes de Gala.
¡¡Esta galería cuenta con el beneplácito del nuevo arcipreste!!

9 de septiembre de 2008

NO DESMENTIMOS



 'Pretinaba'

 Ante el desarrollo de los últimos acontecimientos, y dada la imposibilidad actual de demostrar lo contrario, los gerentes nos vemos obligados a comunicar que no desmentimos (ni confirmamos) que alguno de nosotros sea el padre del bebé que espera la ministra francesa de Justicia, Rachida Dati.

Dado que la totalidad de los gerentes lo negamos individualmente, pero no tenemos pruebas de que alguno de los demás gerentes no sea el progenitor, no podemos confirmar ni desmentir nada.

Creíamos necesario aclarar el asunto públicamente para evitar comentarios maliciosos.


Próxima apertura en Cuervolandia: El Salvaje Oeste. ¡Muero de ganas de visitarlo!

8 de agosto de 2008

El segundo gerente. Chapter one: Tanilli.


'¿Sabes cuánto puede tardar en ser devorada un alma?'

'Mujer de Lot' u 'Orfeo'

Cuervolandiaaaaaaaaaaa!

Iré al grano y no abundaré en detalles anodinos, tuve una infancia feliz y una adolescencia atormentada, como todos uds., supongo. Sin embargo, a diferencia de muchos de uds. mi existencia fue jalonada por dos hechos extraordinarios que han hecho de mí lo que soy. Hoy voy a hablarles del primero de ellos.

Mi historia empieza en los años 80, por aquel entonces yo atravesaba una etapa bohemia de mi vida, residía en Alemania, era poeta existencialista y hacía video arte (les pondría unas cintas, pero sólo grababa en beta). Como uds supondrán eso no me daba de comer, así que me ganaba la vida haciendo de modelo ocasional para catálogos de grandes almacenes en Dörmundt y Hannover, y haciendo de gogó, también ocasional en diversas discotecas y salas de fiestas. Era el amanecer de la música disco, Europa veía nacer y morir cada día ídolos musicales que la industria generaba y se comía como un moderno Saturno con hombreras y pelo lacado.

El mundo de los y las gogós está lleno de poetas existencialistas, y fue allí donde conocí a Fab Morvan y a Rob Pilatus, dos gigantes de la poesía anarquista y ácrata, que como todos los gigantescos poetas ácratas eran tan enormes como desconocidos. Juntos recorrimos los peores antros de Münster y Bremen, incluso un día nos fuimos a Duisburgo... ¡Salvaje Duisburgo! No teníamos un duro, pero éramos amigos, componíamos acendrados versos para remover las aborregadas conciencias pequeñoburguesas de nuestros compañeros de generación en los años del florecimiento del liberalismo Reagan-Thatcheriano.

Un día actuando de gogós un tipo nos presentó a Sabrina, una nihilista italiana fan de Rimbaud y Verlaine que venía rompiendo las pistas con un ritmo nuevo que ella daba en llamar Italopop y usando la sensualidad explícita para poner en evidencia la doble moral de las clases pudientes y provocar así la reacción feminista. En cuanto nos conoció propuso a Frank Farian, su productor, que sería el desencadenante de todo lo que vino después.

Fab, Rob y yo fuimos gogós de Sabrina, en sus primeros hits "Sexy Girl" y "Boys". Gracias a su talento y a nuestro apoyo, Sabrina triunfó primero en Europa, luego en USA. Con el dinero ganado Fab, Rob y yo pensábamos que podríamos dar difusión a nuestra poesía existencialista, denunciar el capitalismo social usando el rap y la música electrónica para llegar a los jóvenes, auténticos pulmones de la revolución... ¡Teníamos la hermosa idea de cambiar el mundo con canciones! Así nos separamos de Sabrina e iniciamos nuestro propio grupo Milli, Vanilli y Tanilli, en claro homenaje a tres líderes batusis que combatieron contra las tropas imperialistas británicas en Soweto y como claro grito antiapartheid.

El resto ya lo conocen, Farian cegó a mis amigos con el oropel de la fama y el dinero, en principio acortó el nombre del grupo, después me hizo notar que el grupo funcionaría mejor como dúo y ofreciéndome permanecer en él como compositor y letrista; cuando cambió las letras anarquistas por mensajes de amor comercial, yo ya había dejado el grupo y nuestra amistad.

En febrero de 1990 asistí a la derrota de mis ideales viendo recoger a Fab y Rob el grammy al grupo revelación. Sonrientes y posando con el premio, parecían felices de llevar una vida de playback. Como los tres líderes batusis, también perdimos ante el imperialismo occidental.

Ya saben el final de la historia. En noviembre de ese año, cuando mis amigos estaban en la cima, Farian los dejó caer, su empresa siguió ganando dinero y publicidad con el escándalo, ellos se convertirían años más tarde en un icono del pop universal... Pero a partir de ese año nuestras vidas se truncaron y mis ideales de joven romántico sufrieron una agonía ¿irreversible? Lo contaré en la segunda parte.....


Cuervolandia existe en tu corazón.

¡Disfrute en el Cuervoacuario ahora con peces marrones!

No bañarse en el estanque, las carpas pueden atacar al ser humano.

31 de julio de 2008

Se hace sabeeeeeeeeer


'¡Graa! ¡Graaa! ¡Ciaaas!'


Sí, lo estamos clavando. Era imperativo evolutivo, somos geniales. ¡¡¡En Cuervolandia iniciamos nueva sección!!!

Cuervos del Mundo estará muy muy pronto entre nosotros, y como todo en cuervolandia, sin vuestra participación no sería nada. Cuervos del Mundo nace con la vocación de ser una galería en la cual exponer las fotografías, carboncillos, pinturas al óleo, esculturas, incluso faraónicas obras arquitectónicas en la que los cuervos estén representados... Los gerentes iremos colgando las fotos de cuervos de nuestros múltiples viajes por el ancho mundo, pero si vosotros, maravillosa clientela, deseáis que alguna foto (u otra obra plástica) de algún cuervo esté expuesta, no dudéis en enviárnosla... Sin vosotras y vosotros cuervolandia no existe. Hacéis cuervolandia, porque cuervolandia existe en vuestros corazones.

21 de julio de 2008

Tributo a The Clash


'Ceni-0'

'¡¡ Shudastéeeeeei_Marciaaaaaaall !!'


I.- La pasión de Julito Fontevalero por la ecología le llevó a convertirse en el más joven administrativo que la ONG SALVEMOS AL MOSQUITERO SILBADOR hubiera conocido. No le molestaba en absoluto mecanografiar interminables comunicados, archivar pesados expedientes sobre impacto ambiental o gestionar la batiburrónica agenda de sus superiores con increíble diligencia. Pero desde hace unas horas el brillo en los ojillos picarones de Julito tiene un temblor inusual. Es época de congreso dentro de Salvemos al Mosquitero Silbador y Julito está siendo amonestado por su jefe por haber firmado un manifiesto para que eliminen los componentes mas sintéticos de los piensos para cuervos. "No dudamos de su buena voluntad al firmar, ni del valioso mensaje que el manifiesto dice defender, pero este manifiesto lo promueve el sector crítico de nuestra ONG, y no es más que fachada propagandística de cara al congreso. Los ánimos están muy cargados. Los gurús se ponen nerviosos y es posible que rueden cabezas... Sea inteligente Sr. Fontevalero, se lo digo como jefe, como compañero y como mentor. Espero que no vuelva a repetirse". En la mente de Julito bullen cientos de reflexiones acerca de la realidad de la militancia ecologista de nuestros días, pero solo una frase se destaca sobre las demás, precedida de una intro de guitarra eléctrica "Should I Stay or Should I Go"

II.- Cuervohotel: En la Suite 215 Sueños Bávaros, mientras la luna turca ilumina levemente la colcha beige de la mesa camilla, una señorita de manos enmitonadas apura su purito Dux con sus temblorosos labios. Lo apaga en un extrañamente exquisito cenicero con forma de coche de carreras de los años 20 en cuyo fondo se escenifica la caza del zorro. Aprovecha la exhalación del humo para permitirse un desconsolado suspiro mientras trata de revivir en su mente los últimos momentos de felicidad real que ha vivido en esa misma habitación. Desea que él aparezca a rondarla, o que abra apasionadamente la puerta y le pida que se quede. Pero mientras las lágrimas resbalan por sus mejillas para ir a caer a su copa de Brandy se da cuenta de que ese momento no debe producirse nunca. Que ella está en Cuervolandia con un cometido mucho más puro que la simple pasión carnal. Se da cuenta que nunca debió quitarse su abrigo gris y de que lo mejor es que él no llegue nunca, que él dedique su amor a otra, puesto que ella debe estar preparada para lo que tiene que hacer. Las dudas amartillan su cerebro. ¿Es que no ha aprendido nada desde su infancia sobre la felicidad propia y la de los otros? o ¿Es que le asusta la misión, la revelación que debe transmitir al mundo desde esta maravilla del mundo en forma de parque de atracciones? ¿Acaso estaba buscando un compañero, un cómplice en su tarea, o por el contrario solo buscaba una excusa para retrasarse en su cometido? Dándole un sorbo a su brandy, sus dudas se resumen en forma de canción: "Should I Stay or Should I Go".

III.- En la Cola de la cuervonoria, Serafín, un infante de espera con sus padres el día de su 10º cumpleaños. Han hecho un gran esfuerzo viniendo aquí. El contar los 10.000 pasos que te traen a Cuervolandia resulta complicado a los 10 años, pero al fin lo han logrado. Su padre le sonríe y le dice "¿te has dado cuenta el sonidito que hacen los mecanismos al rozar unos con otros? Tiene un ritmo muy bailable, ¿verdad hijo?" Serafín, ya algo cansado de esperar trata de entusiasmarse, pero lo cierto es que le aprietan los zapatos y tiene unas ganas locas de hacer pis. Piensa en que justamente el conocer a gente en la cola es uno de los grandes atractivos de la cuervonoria... Busca con su mirada y justo delante, otro niño que juega con su cuervovisera a modo de tirachinas, le mira y le saca la lengua. "Este niño es tonto", piensa Serafín, mientras recuerda una canción que escuchó días atrás en el Radiola de su hermano mayor..."Chudastei ochudagou"

IV.- El Campeonato que Cuervolandia ha promovido para los usuarios de la nueva versión On-line de la petanca para la PS3 está a punto de comenzar. Salvador "sweet" Fresneda, jugador aficionado, ha reunido durante meses a un equipo de jugadores para hacerse con el campeonato. Pero en una extraña estrategia de márketing, el departamento de desarrollo multimedia ha sacado un nuevo producto a la luz. Lo último en gráficos, efectos especiales, y lucha. Con un argumento demoledor y un trasfondo histórico trabajadísimo... "Savage Kiwi Samurai, Honor y Pasión". En este juego el protagonista, un Kiwi samurai, debe rescatar a su amada, la hija del herrero, de las pinzas del malvado Bogavante Sakuro, que la ha secuestrado con el fin de extorsionar al herrero para que le fabrique armas y así invadir el Japón medieval de las frutas con su ejército de terroríficas gambas ninja. "Sweet" no puede creerselo... No puede permitirse pagar dos juegos a la vez y siente que está traicionando a sus compañeros de Petanca On-line, pero mientras trata de resistirse las ganas por teclear el número de su tarjeta de crédito para comprar Savage Kiwi, una canción suena en su disco de versiones de Alvin y las Ardillas: "Should I Stay or Should I Go"

"Siempre estoy buscando la forma de arruinar cualquier momento hermoso, y es algo tan interno que no creo que nadie se haya dado cuenta. Pero sostengo una batalla con ello desde niña". Penélope Cruz

31 de mayo de 2008

El laberinto de los espejos

'Albor de una nueva raza'

'Antiguo como el mundo' o 'Hweee!!'


Vicente Borrás, Vitín, sentía una irresistible atracción hacia los laberintos. Los de la sección de pasatiempos, los mitológicos, los de plastilina que se construía él mismo en cajitas plásticas transparentes de guardar barajas, y a los que añadía una bolita de metal para imaginarse recorriendo ensimismado esos circuitos verdiazules y pasar por debajo de los minipuentes.

También las libretas cuadriculadas con espiral de alambre eran para él laberintos vírgenes, a los que solo era necesario hacer visibles los caminos y paredes con una regla para luego ponerse a prueba a sí mismo y a sus padres, internándose en esos espacios mágicos donde se entrecruzan incertidumbres y Minotauros.

Sin embargo, cuando con toda la ilusión pidió visitar el laberinto de los espejos de Cuervolandia, papá y mamá le pusieron la cara de decir que no. ¿Por qué le negaban justamente las cosas que más quería hacer? Como había sucedido muchas otras veces, esas rápidas miradas que se intercambiaban parecían indicar que la inapelable decisión pronto le sería comunicada.

Entonces comenzó a angustiarse, mirándolos suplicante y señalando con el dedo la puerta de la atracción. Su respiración acelerada y los balbuceos que acompañaban un incipiente pataleo nervioso casi precipitan la situación a su favor, pero no lo suficiente. Fue solo cuando gimió "¡El laberiiiinntooooo...!" y miró hacia el suelo, aferrándose con sus puños a la ropa de sus padres, que se obró el cambio de sino ante el temor de que esa tarde de domingo se viniera abajo tan solo por una bien conocida afición.

Anda, tira... Mejor que vaya yo con él, no vaya a ser que yo qué sé —dijo el padre.

Y así, la amargura que comenzaba a tomar asiento en la garganta de Vitín se transformó en unas inmensas puertas abriéndose en el interior de su pecho, insuflándole nuevos aires de expectación y frescas ráfagas de alegre excitación.

Al llegar a la taquilla, quiso ser él quien entregase las cuervofichas a la chica con cuervovisera, envuelta en algo parecido a un chubasquero transparente sobre un mono blanco. Ella le dijo:

—No te vayas a perder, ¿eh?

Eso lo confundió, porque él lo que quería era perderse, se suponía que se iba allí para eso, porque un laberinto no es nada si no te pierdes. Pensando en ello estaba cuando cruzó el umbral de la entrada cogido de la mano paterna, y una sensación de maravilla se propagó por su cuerpo.

Por todos lados había cristales y espejos; hasta en el techo. El suelo, muy gastado ya, era de color rojizo. La luz natural, secretada por el cielo nublado, alcanzaba el interior. Algunas columnas semitraslúcidas se levantaban sin necesidad aparente: se podían rodear casi todas, pero muchas de ellas solo eran el reflejo de las verdaderas. Tras pasearse un rato, su padre jugaba a
asomarse tras ellas y decirle "cucú", cosa que a él le encantaba, y respondía de igual modo.

En uno de esos "cucús" vio reflejado a su hijo de espaldas, escondiéndose travieso, pero no volvió a responder. Se acercó sonriendo para darle un susto, pero el asustado fue él, porque una señora empezó a gritar y acto seguido a reírse. Con su pelo corto, en el espejo deformante parecía un niño. Él mismo, al mirar hacia su derecha, se vio como un gigante y delgado como un espagueti. Debió darse cuenta de que los pantalones de ella no eran... ¿de qué color eran los de Vitín? Marrones, o negros, creía recordar; no azul marino.

—¡Vitín!

A pesar de tratarse de un espacio cerrado, tuvo la impresión de que cualquier sonido que emitiese no volvía hacia él: parecía ser absorbido por un gran vacío de imposible ubicación. Al caminar, la luz del exterior iba apagándose, tras tanto filtro continuo y tanta reflexión. Decidió volverse a acercar hacia la entrada, pero al girarse había una pared blanca.

—¡Jooooder!

Miró el reloj y se dio cuenta de que las agujas se habían parado. Seguía ahora un pasillo de sucios cristales. Preguntándose si no habría también metacrilato o algún material de imitación, tocó con los nudillos en algunas planchas laterales. Para su sorpresa, bajo sus pies le devolvieron los golpecitos. Ya no había un suelo rojo como Dios manda, sino más oscuras transparencias. "¡Vitín! ¡Vicente, ¿eres tú?!" Se sintió algo incómodo. ¿Cómo iba su hijo a tocar el techo del primer piso...?

No me jodas que esto tiene varias plantas.

Ahí sí se asustó. Pero no podía verse nada a través del suelo, tan gastado y con tan poca luz. Ya decía él que meterse en este tipo de barracas tenía que ser peligroso. Él, un hombre hecho y derecho, lo único que quería ahora era encontrar a su hijo y salir.
Tras pensárselo unos segundos, cogió su teléfono móvil y llamó a su mujer. Le contestó una niña que solo sabía callar y reír; y lo mismo sucedía siempre, cualquiera que fuese el número marcado. A cada tramo que recorría, se iban repitiendo los dos golpecitos desde abajo. Si se detenía, no se oía absolutamente nada durante minutos enteros, hasta que volvían a hostigarle como para que caminase.

—¡Mira, cabrón, no me toques los cojones, ¿me oyes?! —Pero reconoció un matiz de desesperación al final de sus palabras, pues la garganta se le había secado y casi le dolía, como cuando de pequeño, en el colegio, la profesora le llamaba al encerado y él no sabía resolver el ejercicio.

Empezó a percibir sombras aisladas e imprecisas a través de algunos cristales, o fugaces reflejos en espejos que mostraban una irritante calma cuando miraba fijamente. En uno de ellos se vio a sí mismo perfectamente, pero antes de girarse, lo que creía ser su reflejo se dio la vuelta y echó a correr, hasta abrir una puerta y salir al día gris del exterior. Quiso hacer lo mismo, pero no pudo: solo se trataba de un espejo que no le devolvía ninguna imagen.

Comenzó a sudar, pensando en lo mal que lo estaría pasando su hijo. Llevaba allí dentro demasiado tiempo. Esos reflejos de antes podría ser gente que abandona el recinto porque ya es tarde, seguro. Lo último que quería imaginar era la reja metálica exterior del laberinto cerrándose con él y su hijo dentro. A lo mejor había más gente en esa situación, personas que podían ser de cualquier tipo. Incluso podían conocer bien el laberinto y quedarse dentro a propósito para hacerles Dios sabe qué a los que se perdían, como él.

Intentó orientarse fijándose en la intensidad de la luz, pero esta, muy debilitada, parecía provenir de todas partes. Sentía que en todo momento se encontraba en el mismo centro de ese infierno de silencios y suelo verde. Sí, ahora el suelo era verde, y en uno de los espejos se vio reflejado como un hombre plagado de arrugas con bastón, en una vejez horrible. No cabía duda, era su reflejo: el viejo repetía lo mismo que él hacía. Se llevó las manos a la cara, asustado, y el viejo se echó a reír en silencio, con desprecio.

Echó a correr hasta entrar en una habitación totalmente negra. El piso era traslúcido por completo. Había personas en la planta inferior. Incluso puede que hubiese varias más sobre su cabeza. Ya no sabía si estaba en la misma que cuando entró, maldita sea la hora. Fatigado, se echó al suelo de cristal y les gritó, pero no le oían. ¿Pero qué estaban haciendo? ¿Qué coño...? Estaban bautizando a un bebé ahí abajo. Se parecía a las pocas fotos que conservaba de su bautizo. Incluso el vestido de la madrina se... Su corazón se detuvo. Luego volvió a moverse, pero sintió cómo se le paraba. La pila bautismal se le antojaba horrible. Al coger el bebé la madre, se le cayó de los brazos. Los invitados se levantaron de las sillas. El cura elevó la vista hacia donde él estaba, mirándolo lastimeramente, y lo santiguó con la mano.

Tras correr locamente, gritando y golpeándose contra columnas y planchas, tropezó y cayó en medio de ninguna parte, haciendo añicos uno de los espejos. Tiritando, se sentó acurrucado tras sus rodillas en una oscuridad casi total. Hasta él llegaban esporádicos susurros y ecos de pasos. Alguno de esos pasos trajo una sombra que le tiró un beso. Entonces sintió un soplo de viento en su frente y fue testigo del breve fulgor de una puerta al cerrarse. Avanzó, frenético: nada. Era un espejo. Dio media vuelta lentamente, se adentró un poco más en la oscuridad y sus manos hallaron el pomo. Se abrió dulcemente, sin oponer resistencia, al exterior. Reconoció el suelo rojizo bajo sus pies, y frente a sí una escalinata que desembocaba en el pavimento gris del parque.

Se detuvo a valorar si volver a entrar: tal vez para revivir el acto de escapar, tal vez para seguir buscando a su hijo en el interior. No lo hizo. Bajando las escaleras, se sintió un cobarde. Pronto vio la taquilla del laberinto, y algo más lejos a su mujer, de espaldas. Se acercó hacia ella lentamente, sin saber exactamente qué decirle.

Tocó su espalda y ella se giró con una sonrisa.

—¡Hola, tardón! ¿Qué, te has perdido?

—¡Papá se ha perdiiiiiiiido!

Vicente estaba allí, pegado a las piernas de su madre. Cayó de rodillas para abrazarlo, estremeciéndose.

—Cariño, ¿qué te pasa? —preguntó inquieta.

—No podía salir, no podía salir...

—Pero papá, hay un montón de salidas, es un rollo de laberinto. Yo pensaba que ya te habías marchado y vine aquí...

...Y había perdido al niño...

—¿Perdido? Si hace cinco minutos que habéis entrado —dijo ella—. ¿No miraste el reloj?

El reloj volvía a funcionar como si nunca se hubiese parado, y él supo de algún modo que jamás se había llegado a detener en el mundo que él conocía.

—Papiii, ¿a cuál vamos ahora?

—Vámonos a casa.

—¡Joo-óóóó!

Y entregándole a ella las llaves del coche, le dijo:

—Conduce tú.

30 de abril de 2008

215 "Sueños Bávaros"


'Los placeres de la castidad'


'AEG (Amor en Ganimedes)'


Cuervolandiaaaaaaaaaaaa!!!!!!!


En el cuarto de baño de la habitación 215 "Sueños Bávaros" del pasillo oeste del piso tercero del cuervohotel de Cuervolandia hay un lavabo, blanco, de Bellavista, con dos jaboncillos de La Toja, pequeños, en cuya envoltura se retrata una escena flamenca, un retrete precintado, una papelerita con tapa y pedal, dos vasos, uno de ellos con un cepillo de dientes usado, un colgador con dos toallas, demasiado finas para secar y demasiado pequeñas para cubrirse, el alicatado es beis y marrón a juego con el mobiliario y, escoltado por dos apliques, hay un espejo pequeño donde un hombre me mira sin verme.

El hombre del espejo está absorto, cansado, su rostro es inescrutable, quizá esté aún parado recordando el tacto de aquella piel sedosa e inmarcesible, el sabor de aquellos labios como cerezas picotas, el olor de su pelo como a jacintos silvestres, y el sonido de sus jadeos y gritos contenidos en toda la batalla sexual librada hace un minuto en el cuarto contiguo.

El hombre del espejo se tocó los arañazos aún recientes, no le dolían, ni siquiera le molestaban, intenta recordar cómo empezó todo, cómo llegó ella a su habitación, cómo le miró a los ojos y le dijo:

-No te estaba buscando, pero te encontré, ¿quieres que me vaya?

No hubo más que hablar, se besaron, se abrazaron, el abrigo gris acabó en los cuernos del alce que presidía la falsa chimenea que ocultaba un radiador de aceite, la ropa interior de ambos acabó esparcida por el suelo de moqueta marrón, tal fue la pasión desatada que casi tiran el cuadro de la caza del ciervo en paisajes alpinos que presidía la estancia y se encontraba sobre el lecho. En toda la noche no hubo un minuto de tregua, tal era la pasión del encuentro que no se dieron cuenta de que el día había llegado y al cantar la alondra ella lo miró fijamente y le dijo:

-Esto ha sido lo que ha sido, entre tú y yo no hay nada y esta noche no ha sucedido.

Lo volvió a besar. Él le dijo:

- ¿Y qué hago yo ahora?

-Piensa que ha sido un sueño -contestó ella.

Acto seguido, se vistió y se fue.

El hombre del espejo se secó las lágrimas de su mirada vacía, se dio cuenta de que había perdido y entró en la ducha. Entre el ruido del agua al caer en plafón sintético se pudo oír.... ¿Y qué hago yo ahora?......



"Es necesario ser cuidadoso al comer bombillas, las de wolframio son más sanas porque tienen muchos minerales, en cambio las de neón suelen dar gases......"
V
alentín Schlinder Pashnavi. "Memorias de un fakir".

31 de marzo de 2008

Historia de un gerente (y III)

'Fear_Illusion'

'Binto, el perro empático'


TRUCO O CONTRATO

—Buenas noches, corazón.

—Buenas noches, mami. ¿Me dejas encendida la luz del pasillo?

—Mmm. Pero solo hasta que te duermas.

Cuarenta minutos después…

—¡Mamááááá! ¡Mamiiii!

—¿Qué pasa, quieres agua?

—Hay un mosquito.

—A veeer, que ponemos otra vez el aparato…

—Es el mismo de ayer.

—No, cariño. Será otro. El de ayer ya murió.

—No, mamá, que es el mismo, ¿no te das cuenta?

Escenas como estas, destellando repetidamente a lo largo y ancho de la geografía nacional, marcaron el comienzo del fin de la industria antimosquitos desarrollada por nuestro gerente con su dispositivo y tanto esfuerzo. Llegó el momento en que se descubrió la cruda verdad, y es que los difusores eléctricos no eliminaban a los insectos; solo los repelían (eso sí, muy eficazmente).

El caso es que ni en la caja ni en las instrucciones del antimosquitos se mencionaba la eliminación de los bichos, garantizándose únicamente la solución del problema y el fin de las molestias.

El objeto principal de la polémica versó en torno a si las fábricas debían limitar el efecto de los ingenios al período de su uso o si, por el contrario, estas tendrían la obligación de garantizar la ausencia de mosquitos cuando los aparatos no funcionasen. ¿Estaba una empresa obligada a llegar tan lejos, incluso en contra de sus propios intereses, sin dejar de cumplir lo prometido?

Esta situación hizo correr ríos de saliva por parte de las asociaciones de consumidores, levantándose muchas voces críticas, y también por parte de las empresas competidoras, a quienes se les hacía la boca agua ante río tan revuelto, mientras se frotaban las manos de la misma manera que los pequeños insectos acicalaban sus probóscides.

En tanto unos exigían la devolución del dinero, otros consumidores se daban por satisfechos; la vocecilla del ecologismo incipiente ensalzó el producto para resultar rápidamente sepultada; finalmente, la competencia se desmarcó de los perdonavidas, llevada por una furia genocida que exigía a voz en grito el sacrificio de sangre de los dípteros (de hecho, cierta compañía creó por entonces un eslogan de impacto por contraste para su nueva campaña publicitaria, que rezaba: “Los mata bien muertos”)… Estaba visto que aquello solo podía acabar en los tribunales.


ENJUICIAMIENTO

La magistrada ponente no veía claro el asunto. Ella usaba el antimosquitos de marras en su casa sin problema alguno, pero también era cierto que había dado por supuesta la muerte de los condenados chupasangres, y resultaba que no, que los mismos debían ser espantados noche tras noche. El abogado defensor esgrimió un argumento que a todos haría reflexionar en la intimidad de sus camas, a oscuras, los ojos bien abiertos:

—A todos aquellos ávidos de muerte… y nunca sospeché que nuestra sociedad se mostrase tan cruel… les encantará saber que, a la larga, los mosquitos morían finalmente de sed, irritación y agotamiento. ¡Ahora estarán contentos!

Ello conllevó que nutridos grupos de personas se manifestasen con pancartas de papel estraza a las puertas del juzgado, gritando “¡Sádicos!” y “¡Torturadoreeees!” (esto último proferido, sobre todo, por una señora obesa de perenne y florido caftán, quien levantando el cuello y agitando su tronco espasmódicamente, berreaba cada día con una claridad y potencia ciertamente turbadoras, aferrada con sus deditos a las vallas metálicas de protección). Así las cosas, hubo quien no pudo seguir usando el artilugio debido a las pesadillas generadas por su mala conciencia, y en las iglesias muchos cirios fueron consumidos lentamente, conmemorando el padecimiento de toda una especie.

La Asociación Nacional de Fabricantes de Insecticidas (ANFI), presentándose como acusación particular, fue la que más metió el dedo en la llaga. Su representante en el juicio, don Adelino Burjasot, moviéndose por el estrado con la gracia y parsimonia de un gallo, les acusó de estafadores. Violenta y teatralmente estrelló contra el suelo un recambio del producto. Instintivamente, con una exclamación ahogada, todo el mundo se echó hacia atrás en su silla o se cubrió la cara con el dorso de una mano. Entonces, extendiendo su enjuto dedo índice, clamó con inquisitorial voz:

—¡Esto es lo que respiran sus hijos por las noches!

Se lograba un efecto magnífico mostrándose muy agresivo hasta la palabra “respiran”, para después quebrar algo la voz, cargándola de una emotividad contenida, a partir de “sus” hasta el final de la frase, y el experimentado don Adelino conocía todos los resortes del alma: no en vano había trabajado durante 25 años como vendedor de enciclopedias a puerta fría, antes de estudiar Derecho por la universidad a distancia.

Largas deliberaciones, pobladas por contradictorios sentimientos, martirizaron a los magistrados día sí y día también, en el que sin duda fue el caso más complicado de sus dilatadas carreras funcionariales.

Pero mientras, en la calle, ya se esperaba un fallo perjudicial para los comercializadores del dispositivo. Don Adelino, padre de seis criaturas, compró por precaución un montón de aparatos para seguir usándolos cuando los retirasen del mercado (la línea de acusación de la ANFI y lo de la muerte de los mosquitos le pareció siempre una soberana tontería).

Finalmente, la justicia habló. Considerando que en la caja aparece la simpática silueta de un mosquito atravesado por la conocida señal de prohibición, y dado que no se indica específicamente la cualidad de mero repelente químico del compuesto evaporable, debemos condenar y condenamos a los acusados a rediseñar los embalajes y las instrucciones del antimosquitos, dejando en lo sucesivo meridianamente claros su naturaleza y fines. Firmamos y rubricamos: Celia María Briones Valdez, Bartolo de Sasso y Ferrato, y Damián de las Heras Alcacide.

Aunque la sentencia fue cumplida escrupulosamente, los meses siguientes evidenciaron que el daño infligido a la imagen de marca había sido devastador. Las ventas sufrieron bruscos descensos consecutivos que dieron al traste con el negocio. Ahora, madres de familia y tiernos infantes exigían insecticidas letales que exhibiesen en la etiqueta insectos posando al lado de bombas con la mecha prendida y una calavera pintada en su interior, mosquitos aplastados por la suela de un zapato, estallando en pedazos o sentados patéticamente en sillas eléctricas.

Mitigado el dolor por el éxito alcanzado hasta entonces, los padres de la criatura herida de muerte decidieron poner fin a su asociación mercantil.

Arturo P. derivó hacia la industria hidráulica y de la elevación, alcanzando a la postre gloria y reconocimiento como el artífice de la famosa plaquita metálica que advierte en los ascensores de todo el país: “PRECAUCIÓN. NO SE ACERQUEN A LA ENTRADA. IMPIDAN QUE LOS NIÑOS VIAJEN SOLOS”, más conocida por su texto alterado “PRECAUCIÓN. CERQUEN LA ENTRADA. PIDAN QUE LOS NIÑOS V AJEN SOLOS”.


REVELACIÓN

Por su lado, nuestro gerente, sobrepasado por las circunstancias, poco después cogió su coche y condujo sin destino, cada vez más lejos de la gente, de mujeres con caftanes y agresivos juristas. Debía aclarar su mente, dilucidar su norte. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿A qué dedicar sus energías? Se adentró en el desierto marchando erráticamente durante varias horas, llevado por un extraño frenesí. Finalmente bajó del coche, dio un par de vueltas alrededor del vehículo y, envuelto en arenisca, aulló con la fuerza reprimida de muchos meses:

—¡¡¡ME CAGO EN ROOOOOOOSSSS!!!

(A miles de kilómetros de ese lugar, un joven hombre llamado Ross Perot cayó redondo en su rancho, con las manos en las orejas, aquejado de un insoportable pitido auditivo. Cuando le ayudaron a levantarse de nuevo, supo que tenía una misión en la vida).

Cansado y sediento, abrió el maletero del coche: nada de agua. Volviéndose al cielo con los ojos fuertemente cerrados, se lamentó:

—¡Señor! ¿Qué más quieres de mí?

¡Pap! Algo cayó sobre su hombro derecho. Una cagada de ave. Quitándose la camisa con furia, reparó en un cuervo que lo observaba tranquilamente desde el techo del coche, cerca de la antena.

—¿¡Serás…!?

¡Pap! Otro indolente regalito, esta vez sobre el parabrisas, hizo al desafortunado viajero presa de una gran angustia. Enrolló la camisa para propinar un soberano zurriagazo al ave, pero justo entonces sus miradas volvieron a cruzarse. No era normal que un cuervo tuviera esa cara de estar de vuelta de todo, ese gesto despótico y condescendiente.

—Me construirás un templo —graznó.

—¿Eh? ¿Qué?

—¡Un templo!

Transcurrieron unos segundos que se hicieron eternos bajo el sol ardiente y sobre la ígnea arena (aunque lo cierto es que el día ya se estaba nublando un poco).

—¿No sabes lo que es un templo?

—No, si es que…

—¿Tú eres tonto?

Otros latidos de corazón más se escurrieron por su vida como si nada.

—A ver, es que no…

—Tú hazlo, carajo.

Y tras hablar así, alzó el vuelo de repente.

Aunque confundido, su lado comercial tomó la palabra y gritó:

—¡Un templo aquí no daría suficiente dinero!

Y enseguida apostilló:

—¿¡Qué tal un… parque de atracciones!?

El cuervo, todavía visible en las alturas, graznó dos veces. Eso, como en las películas de discapacitados que se expresan con parpadeos de ojos (uno para negar, dos para afirmar), solo podía suponer una respuesta positiva.

De camino a su ciudad, sumido en un trance casi hipnótico, se iba animando cada vez más. Le estaba encantando la idea... Un lugar de recreo que acogería a toda la familia tanto como a espíritus solitarios, con una amplia y peculiar gama de servicios disponible. Pero, ¿era víctima de una afortunada alucinación o todo había sucedido realmente? En cualquier caso, ya estaba decidido. Tendría que buscar más socios para hacer posible un proyecto de tal envergadura, nunca mejor dicho. Y realmente, se preguntó, ¿qué sabía él de parques de atracciones?

Cinco horas después, detuvo el coche delante de la biblioteca municipal. Se encaminó raudo a la sección rotulada con la letra A, hasta encontrar un apartado titulado “Atracciones, parques de”. Escogiendo varios voluminosos libros para empezar, enfiló con decisión hacia el puesto de la bibliotecaria, una lánguida y dulce señorita de huidizas miradas rubias, posándolos pesadamente sobre el mostrador.

—Va a tener que darme los datos para hacerle un carné, si quiere llevarse esos libros —dijo ella, sin dejar de ordenar unas fichas.

Aún tocado e iluminado por la gracia sobrenatural que lo acompañaba, supo ver en esa bibliotecaria que tan fríamente se dirigía a él a una interesante y atractiva mujer, con la que a buen seguro podría entenderse. Pletórico de confianza y armónico hasta decir basta, le propuso con entusiasmo:

—¿Quieres que te muestre un gran parque de atracciones para grandes y chicos que aún tengo solo en mente, pero que sin duda voy a construir algún día?

Ella lo miró por encima de las gafas con la boca entreabierta. Vio a un tipo bastante acelerado cubierto de polvo, con la camisa cagada por una paloma y sudando como un condenado. Observándolo de abajo a arriba, reparó en que llevaba desabrochados varios botones que dejaban entrever buena parte de su anatomía. Cuando se fijó en su cara, era un espíritu fuerte y aún joven quien le sonreía, rezumando ilusiones y una alocada complicidad.

Respondió casi sin darse cuenta, sonriendo con convicción.

—Sí, quiero.