26 de diciembre de 2018

LOS TRES FANTASMAS DE LOS GERENTES: LA CUERVOLANDIA PASADA

 

'Un rayo de sol, oh, oh, oh, 
me trajo tu amor, oh, oh, oh. 
Un rayo de sol, oh, oh, oh, 
a mi corazón, oh, oh, oh'

Sistema óptico que implica a la vez reflexión y refracción de la luz,.... sistema óptico que implica a la vez reflexión y refracción.... Sistema óptico ... El segundo gerente daba vueltas y vueltas a su cabeza dentro de aquel recinto reducido, cuando de pronto oyó una voz con marcado acento argentino:

-Buenas tardes cabashero soy el espíritu de las Navidades pasadas, de cuando todo esto era campo y...


Tanili no le dejó continuar


- ¿No sabrá usted por casualidad una palabra de 12 letras que defina un sistema óptico que implica a la vez reflexión y refracción??
- Pues la verdad es que no, querido, sho venía a hablarle de la navidad en el siglo III y del papel del derecho consuetudinario en los sistemas forales de....


- Pero, pero... ¿Usted no se da cuenta de dónde estamos?


-Pues la verdad es que lo desconosco, mirá vos, que me parece un lugar macanudo, pero no asierto a comprender el porqué de sus tribulasiones...


- Mire, ahora mismo estamos en la Habitación de Escape Extremo Rafael Farina, la nueva  atracción de Cuervolandia que estoy inaugurando y me queda un minuto para averiguar el último acertijo que puede abrir la puerta de salida...


- ¿Y si no la superás?


-Si no la supero viviré con el eterno sentimiento de frustración de no haber superado un reto, una desazón, un resquemor que no me causará infelicidad pero tampoco permitirá que sea feliz...¿ Maldita sea! necesito saber esa palabra de doce letras para salir de este condenado armatoste!!!!


-Caramba eso es un gran problema, pero ¿no es ese el sentido original de Cuervolandia? ¿No es este un parque de atracciones existensial dónde el triunfo y el desastre son sólo dos impostores a los que hay que ignorar por igual? Los gerentes habéis fundado esto para Shegar a la felisidad a través de la desepsión y superar el miedo a las frustrasiones.... Pero bueno que sabré sho, dijo el espíritu cabizbajo,  sólo soy un langostino que sobró de las Navidades pasadas!!!


En ese momento Tanili lo entendió todo o, mejor dicho, lo recordó, y así pudo ver reflejados en las palabras del espíritu de las Navidades pasadas los valores originales que hicieron a los gerentes fundar Cuervolandia, ese reflejo se refractó en su mente y de esa iluminación brotó desde su más profundo ser la palabra catadrióptico, las doce maravillosas letras que abrirían la puerta de la Habitación de Escape Extemo Rafael Farina....


Pero no las pronunció, en su lugar cogió en su mano al langostino y le dijo...


 Te Shevo a Casa!!

24 de diciembre de 2018

LOS TRES FANTASMAS DE LOS GERENTES: LA CUERVOLANDIA PRESENTE


'Come fly with me, let's fly, let's fly away
If you could use some exotic booze
There's a bar in far Bombay
Come fly with me, let's fly, let's fly away'


  • Borrascano: Hoy, en la Impertinencia, contamos con la presencia de la Virgen de Guadalupe!!
(APLAUSOS)
  • Borrascano: Hola, María, ¿Cómo estás? Me vienes muy morena…
  • María: Sí, es que me tallaron así, David.
  • B: Guay, guay… “Virgen de Guadalupe, dame la mano, para subir la cuesta de Puertollano”… Qué flipe, ¿no?, o sea, que es un puerto, pero es llano… no lo entiendo muy bien, porque los puertos en ciclismo son cuestas, pero esto debe ser como un falso llano… me flipa hasta el amoche...
(RISAS)
  • B: De aquí salgo yo hoy cristianizado
(RISAS)
  • M: Si, bueno, David, eso es una coplilla, una jota extremeña, que
    -----------------
Jackeline apagó la tele, bostezando… Había encendido la tele, y tras un breve zapping, había decidido quedarse con la Impertinencia, ese programa de entrevistas joviales. Pero la verdad es que la calidad había descendido mucho. Era como si un programa de comedia se disfrazase de periodismo, pero optando por un estilo antiperiodístico, para hacer gracia, lo cual resultaba en anticomedia, y del todo antigracioso. Pero claro, si la alternativa era ver a los de Chorradina Empty meterse con cualquier cosa que ellos decidiesen que debían escarniar, la decisión estaba clara, dejar que Borrascano la adormeciera… Aunque tampoco funcionaba.
De repente, algo golpeaba su ventana. A su memoria acudieron las imágenes de un vampiro infantil que tan grabadas tenía desde su niñez, pidiendo entrar, pero en seguida desechó tales pensamientos lúgubres… “estamos en nochebuena, no en víspera de todos los santos”, se dijo en voz alta para darse tranquilidad. Se asomó a la ventana, y vio que era un repartidor. En seguida cayó en la cuenta de que el portero automático no funcionaba, así que le dijo que bajaba a abrirle.
Se enfundó una sudadera y sus cuervozapatillas, aquellas que aún le duraban desde que las obtuvo en su primera cuervo cesta de navidad (aunque en realidad, aquella cesta tenía forma de nido, con plumas de cuervo y otros restos biológicos y todo…), cogió las llaves y bajó las escaleras en un santiamén…
Pero para su sorpresa, al abrir el portal, en lugar del repartidor encontró a un hombre sudoroso, de unos 55 años, con ropa muy cara, pero con un aspecto lamentable. Las ojeras le llegaban al suelo, y el implante capilar, pese a tener pinta de ser de los caros, no parecía haber hecho efecto en una anchísima frente demacrada por el estrés.
  • Perdone, ¿ha visto a un repartidor?
  • Buenas noches, Jackeline, no te preocupes por el repartidor, ya le he pagado. Disculpa el ardid, pero era la única manera que tenía de contactar contigo. Puedes llamarme Cormonas.
  • Creo que me vuelvo a casa, buenas noches,…
  • No, por favor. Espera, sólo será un momento.
El desconocido que se hacía llamar Cormonas extendió una tarjeta. Al hacerlo, por la manga de su Armani, se veían unos gemelos, de oro, sin duda, y con forma de ave. Jackeline cogió la tarjeta. Era de la mejor calidad, tanto por el gramaje de la cartulina, como por la serigrafía en negro y dorado. En la misma podía leerse “Sr. Cormonas. Chairman. Los Palominos”.
  • Escuche, Sr. Cormonas, no sé que desea, pero un tazón de tapioca me espera en casa…
  • Tranquila, como le he dicho serán unos minutos.
Cormonas chasqueó los dedos, y como si de repente el cuervotúnel antigravedad volviese a funcionar, se encontraban volando a gran velocidad por el espacio. Jackeline asombrada le preguntó, como queriendo encajar las piezas de todo aquello
  • ¿Es usted un fantasma de navidad?
  • ¿Fantasma? Qué va!! Soy Cormonas, el presente de los parques temáticos.
Al momento volaban sobre un lugar lleno de luces, atracciones, brillo y glamour… la música más moderna podría oírse desde donde estaban. Ella, no podía creerlo, no podía creer que estuviesen flotando así, pero sin duda, la modernidad, el brillo, las avanzadas tecnologías, y la perfección de aquel sitio le llamó la atención sobremanera. Cormonas le dijo…
  • Esta es mi mayor obra. El mayor imperio en complejos de ocio y parques temáticos que pueda llegar a imaginarse nunca. Y este parque, donde antes no había más que campos baldíos y ciénagas repletas de apestosas especies batracias, ahora es el mayor negocio de su categoría. Las más importantes marcas de todo tipo de comida o bebida desean hacer negocios aquí, las mejores productoras de espectáculos pelean por programar en este emplazamiento, y eventos internacionales de toda índole se desarrollan aquí. Si deseas conocer a las mejores estrellas internacionales de la música, el deporte, el cine, el teatro,… puedes encontrarlos aquí.
  • Sin duda tiene glamour.
  • Si, aunque mi gran obra te necesita. Está incompleta. Este parque está solamente pensado para ser el segundo de mi cadena… Me falta la joya de la corona de mi imperio. El Palominos Imperial, construido para el deleite de todo el mundo, sobre todo para el mío, en los Monegros.
  • ¿Cómo?
  • Si, Jackeline, te necesito para poder operar desde dentro, y lograr que Cuervolandia deje de ser parte del presente. Necesito que trabajes para mí y me ayudes a que Cuervolandia sea un fracaso total!!
  • Bueno, Sr. Cormonas, creo que por ahora he sido lo suficientemente deferente como para escucharlo… Ahora me voy…
  • Pero si antes todo esto era campo!! Todo campo!!
Jackeline pensó en regresar a casa, y al instante se encontraba volando a la velocidad del pensamiento camino a casa mientras en sus oídos retumbaba el lamento desesperado de Cormonas “Todo campooooooo”.



El tercer gerente despertó en su despacho… Había sido un sueño extrañísimo… No sabía qué pintaba en el mismo Jackeline, la animadora en patines más veterana de la plantilla, ni tenía ni idea de quién era ese Cormonas… Pero estaba convencido de que ese sueño no era sino un mensaje del fantasma de las navidades presentes. Seguro que Irving Quintanaurría, investigador de lo oculto, opinaría exactamente lo mismo. Tenía que convocar al resto de gerentes de Cuervolandia de inmediato. Aunque un olor a sopa de tapioca le llegaba desde la cocina, mientras su estómago avisaba. Lo dejaría para luego.

22 de diciembre de 2018

LOS TRES FANTASMAS DE LOS GERENTES: LA CUERVOLANDIA FUTURA


'Caught in a landslide,
no escape from reality...'


Llega la epopeya de todos los años. Le voy a tener que decir a usté, señorito, cua-tro-pa-la-bras… Cada gerente elige para otro 4 vocablos que han de aparecer, resaltados en negrita, en el texto que escriba. En esta ocasión, nos visitarán 3 espectros para hacernos la puñeta.



Los gerentes también hacen de vientre. En eso estaba nuestro protagonista, aposentado cual monarca merovingio en el trono de loza del baño anexo a su despacho, en el corazón de Cuervolandia, en el corazón de los Monegros. Era su válvula de escape ante tantas horas extras, y para más inri, nocturnas.

Apareció sin solución de continuidad, como si siempre hubiese estado allí. Por eso, no se asustó cuando lo detectó por el rabillo del ojo, y se limitó a mirarlo con disgusto mientras le hacía una leve seña con la cabeza, de significado universal: “ya podías salirte un ratito fuera y esperar a que termine, ¿no? Enga, que no tardo”. Así fue. El espectro atravesó la puerta como la mantequilla es absorbida por el tejido adiposo. Todo muy limpio y silencioso, como la ocasión lo requería.

El ínterin le sirvió al gerente para rehacerse psicológicamente y, después de dar unas pasadas de ambientador, abrió la puerta mientras se secaba las manos con una toalla. Pensaba: “¿Vendrá este ser extraterrenal a aprehender la supuesta alma inmortal que los predicadores nos acusan de tener? ¿Querrá amedrentarme para obtener cuervofichas de gorra? Porque eso sí que no”.

―¡Ejem! Entonces… No eres un delirio, ¿verdad? ―le preguntó, al tiempo que volvía a sentarse en su puesto y le lanzaba una fugaz mirada a la botella de whisky del mueble-bar―.

―No. Soy el fantasma de las Navidades futuras de Cuervolandia ―informó mientras se recogía un poco la amplia falda roja con enaguas y se ponía cómoda sobre la mesa―. El primer espectro de tres.

―Ya veo… Vas a someterme a unas duras pruebas emocionales para desvelarme con cuentagotas algunas imágenes simbólicas del incierto futuro… Tendré que realizar un acto de contrición y ello cambiará radicalmente mi filosofía de vida ―recitaba él como alucinado―.

―Ya me habían advertido de que eras algo marisabidillo. Enciende el Betamax, anda.

Sacó de su escote una cinta de vídeo y se la pasó. Al activarse el aparato, un piloto verde dio señales de vida y las letras H·E·L·L parpadearon pesadamente. “Es que el espacio de la O está fundido”. El gerente extrajo un documental subtitulado en polaco sobre acordeones rusos y la nueva cinta fue ingerida con un maravilloso canturreo mecánico. En la pequeña y antigua televisión comenzaron a aparecer unas imágenes gastadas, desenfocadas, en blanco y negro.

―¿Realmente es necesario que sea testigo de este futuro horrible?

―No, pero a los espectros de Cuervolandia nos apetecía. Verás, básicamente, en el futuro va todo bien. Donald Trump desaparece, Putin desaparece, Bolsonaro también. Vuestro parque pervive: observa qué apatía, silencio y soledad se respira en la Cuervolandia del futuro. Es perfecto… No tenéis que hacer nada para llegar hasta ahí. Absolutamente nada diferente. Perseverad en vuestra mediocridad y desgana, eso es todo.

―Ahora tú deberías advertirme vehementemente: “¡No mires durante mucho tiempo! ¡Ningún hombre debería ser testigo del destino que le acecha!”

―No, si te lo he traído precisamente para que lo veas… Al final salís vosotros de viejos y da mucha risa… ―la señora fantasma se carcajeó con suavidad, tapándose traviesamente la boca con la mano―.

Observó durante un rato más y todo era una sucesión de barracas borrosas, con algunas pocas figuras humanoides arrastrándose lenta y pesadamente de un lado para otro; una figura acuclillada parecía comer cuervoñigos en un rincón, clavando sus ojos brillantes en la cámara como un animal herido. De los altavoces brotaban sonidos más distorsionados y ralentizados de lo normal. En un momento dado aparecía el blog de Cuervolandia, palpitando con comentarios de spammers. Quien manejaba el ordenador durante la grabación dijo “Callá, que me he equivocao. Esta boludez no es la web del equipo de fútbol. Ya lo quito”.

―Buenobuenobueno, ya me hago una idea, ¿eh? ―comentó el gerente, apretando el botón del stop―. Pero verás, he notado que pintas demasiado fácil este futuro (que tan bien se ajusta al espíritu de Cuervolandia y a lo que los fans de las instalaciones exigen). Esta inanidad que nos embriaga hay que cultivarla. ¡No se llega a esta ataraxia mercantil así como así, por casualidad! Nosotros nos esforzamos constantemente por pulir esta línea: desde nuestro vestuario perdulario hasta el rechazo constante de nuevos proyectos. Algunos son tan buenos que es durísimo tirarlos abajo. Pero hay que tener fuerza de voluntad. Hay que hacer muchas horas extras, como yo ahora, viendo documentales rusos de acordeones subtitulados en polaco. ¡Hay que tener unos cojones muy gordos para, simplemente, dejar pasar el tiempo! Un tiempo que no volverá, un tiempo que vale su paso, con a, en azafrán y rodio. Tú no puedes entenderlo. Vienes del futuro pero no comprendes las cargas del presente.

―Sí, es posible; para eso está el fantasma de la Cuervolandia actual, que se le aparecerá a otro de tus socios. Yo ahí no llego ―sonrió despreocupadamente, paseándose por la estancia con sus sonoros zapatos azules de medio tacón―. Pero sí te quiero advertir de algo: si cedéis a la tentación, si vuestro emprendimiento y creatividad gana la partida, si ese come-come productivo que tenéis que reprimir logra asomar demasiado… en suma, si tiráis la toalla... lo perderéis todo. Tendríais una Cuervolandia viva, modernizada y que incluso acepte pagos con alguna criptomoneda. O podríais llegar a ofrecer contenidos regularmente actualizados en vuestro blog. Mucho ojo con eso. Le fallaríais a los cuatro incondicionales que la prefieren así (y fíjate que vosotros sois ya tres), como un agua turbia suministrada con cuentagotas: como está ahora, como debe ser. Podríais convertiros en otro exitoso blog del mainstream, ahora que han cerrado casi todos, y más que les seguirán... Eso ya te lo puedo asegurar yo. La verdadera Cuervolandia moriría de éxito, como una supernova, cuando podría vivir por siempre de hastío, como una enana marrón. Ahí lo dejo, hasta ahí puedo leer.

Maldita fantasma, al final me vas a hacer reflexionar. Con lo poco que se estila ahora eso, con lo incómodo que es revisitar alegorías, descubrir metáforas, conectar símiles y dobles sentidos… Sopesar conceptos abstractos y abstrusos. No obstante, tengo que darte las gracias por tu visita. Cuando vuelva a sentarme en el trono de loza, lo haré con otra perspectiva. ¿Puedo quedarme la cinta y enseñársela a los demás gerentes?

Claro que sí, guapi.

El fantasma comenzó a soplarle un beso cuando empezaba a desvanecerse, y al agarrarlo, ya no estaba... O quizás sí, pero era totalmente invisible.

Permaneció de pie cerca de un minuto, apagó la tele y la luz, cerró el despacho y se fue rumbo a su casa. Decidió no decirles nada de esto a los demás gerentes. Ya habría tiempo para intercambiar impresiones. Estaba decidido a convocar un cuervoaquelarre de la gerencia.


3 de enero de 2018

HISTORIA DE UN CLIENTE (I)



'¿Qué os parece mi mágico mundo de colores?'



Miró a través del cristal de su despacho, desde las oficinas de la planta 28. Anochecía. Ante él, como siempre, se extendía el luminoso paisaje urbano de Fukuoka. Con una cadencia monótona, recorrió las instalaciones rumbo al ascensor para volver a casa. Algunos trabajadores permanecían en su puesto hasta que la compañía les apagaba la luz, y esa actitud laboral sobre la que tanto había reflexionado le hacía sentirse victorioso y fracasado a la vez.

Durante el viaje de cuarenta minutos en tren hasta su hogar, recordó las palabras de su antiguo jefe: “¡Yonadera, la compañía espera que dé más de usted!”, así como las de sus compañeros en las clases de español del colegio: “¡Yonadera, Yonadera, tiene el culo de madera!”.

Aunque la vida en su pequeño apartamento podría ser sin duda más cómoda, cenar y hablar con su mujer, Meiko, suponía un bálsamo diario para él.

Esa noche se despertó antes de tiempo. Decidió navegar un poco por Internet en el cuarto contiguo, antes de desayunar. Iba a pulsar mecánicamente en la pestaña de favoritos el nombre de su diario preferido, pero se detuvo sin saber por qué. Observó durante unos instantes la pálida página de su buscador y el cursor parpadeante. Repentinamente, tecleó “荒廃” y aparecieron varios resultados. Hizo clic para avanzar 7 u 8 páginas en la lista (pues solía obviar las sugerencias principales) y acabó en la web ramplona de una agencia de viajes. Ofertaban vuelos a ‘destinos singulares’ de todo el mundo, lugares de ‘discreta demanda turística’ a precios muy razonables. La pequeña caricatura de un cuervo, envuelta en una densa maraña de recuadros de texto, capturó su atención: “Conozca la verdadera flor del desierto, Kueruborandia, a solo 18 horas de usted. El billete no se puede comprar por Internet; ha de presentarse en nuestras oficinas de 2 a 4 de la tarde, o de 2 a 4 de la madrugada, con un jersey blanco. ¿Cuál es su concepto de felicidad, Sr. Yonadera Hosei?”. Perplejo, amplió la escala de la página y volvió a mirar: ni rastro del anuncio, ni del cuervito.

Desayunó sintiéndose presa de una cierta confusión. Equivocó el azúcar con la sal en el té de su mujer. Se comía las senbei abstraído. Esa mañana, una vez sentado en su silla de trabajo, se rio levemente y, meneando la cabeza, comenzó su tarea diaria. Así volvieron a pasar los días… Pero aquella extraña experiencia con el ordenador golpeaba suave y frecuentemente su memoria.

A Meiko decidió no decirle nada de su inquietud, aunque ella comenzó a notarlo raro.

Te pasa algo, Hosei. En tu mirada.
¿Algo, cómo?
Un brillo, una… emoción.
No es nada, será que se me ha metido cualquier cosa en el ojo ─bromeaba─.

Buscó muchas veces más aquel pequeño anuncio rectangular de letra comprimida y córvido garabato en blanco y negro, sin éxito. Pero recordaba el peculiar contenido del mismo, e igualmente conocía el nombre de la agencia de viajes. Durante algún tiempo más estuvo dándole vueltas, cada vez más convencido de que debía hallar la forma de embarcarse en ese viaje de promisión.

El día en que se decidió fue realmente el anterior a aquel en el que preparó una excusa ante su jefe para abandonar el trabajo durante parte de la tarde. Al día siguiente era festivo. Como se trataba de un trabajador veterano y muy regular, la compañía no le puso trabas. Se llevó su cajita de bentō para comer y trazó una ruta directa a la calle de sus desvelos.

Cuando llegó, recorrió los portales en un sentido y otro, infructuosamente. Abigarrados rótulos, neones y recovecos le impedían separar el grano de la paja, como si tejiesen una baldía densidad informativa que nublase su percepción. Preguntó a los transeúntes, pero a nadie le sonaba esa referencia. El tiempo transcurría con rapidez y llegó un momento en que, cansado, se dijo que debía de estar loco perdiendo la tarde así. Además, ni siquiera había comido. Se encaminó de vuelta a la oficina un poco avergonzado y lo vio. Fue como un fogonazo en su cabeza, cinco segundos a toro pasado. Retrocedió unos metros para reconocer, pintado en la pared de un viejo edificio, casi oculto entre otros grafitis y papeles semiarrancados, aquel esquemático y simpático icono del cuervo (que ahora lo observaba con perplejos ojos saltones). Su pico, orientado hacia unas escaleras húmedas y oscuras, sin duda lo invitaba A ÉL a acudir, a experimentar un encuentro en la tercera fase, a pactar. Miró el reloj de su móvil: eran las tres y media.

Descendió, cauteloso, varios tramos de escalones que se iban torciendo hacia la derecha a medida que disminuía su tamaño, hasta finalmente convertirse en una pequeña rampa. Se vio envuelto por un sonido de maquinaria sometida a tensión eléctrica. Sobre la puertecilla metálica podía leerse “呼び出しなしで渡す”. Intentando controlar su respiración, el Sr. Yonadera se detuvo un momento y por fin entró, pero lo que vio no le gustó nada.

Se encontró con una barra como de bar, de madera, escasamente iluminada, con un ordenador portátil sobre ella. Un sofá y algunas sillas estaban dispuestas en torno a las paredes salpicadas de varios pósteres viejos del Caribe, de Turquía, Atolladero (Texas) y Samarcanda. No pudo evitar venirse abajo; como no parecía haber nadie, en silencio puso una mueca y giró sobre sus talones para cruzar nuevamente la puerta.

Una voz infantil con extraño acento gaijin le preguntó qué deseaba. Desde una habitación situada al otro lado de la barra entró en escena, resuelta, una niña occidental portando un taburete bajo. Subiéndose a él, emergió con una gran sonrisa ante el portátil y se sacó una piruleta de la boca.

Me llamo Atanasía, ¿en qué puedo ayudarle?
Esto… ¿Esto es una agencia de viajes?
Sííí-í ─asintió cantarinamente.
¿Tenían ustedes un destino a… en avión, de… unas 18 horas, creo que era…?
─…
¿A… Un lugar, llamado, emm... Kueruborandia? ─sus últimas palabras eran casi un avergonzado susurro.
No.
¿No?
No, lo siento. Pero a lo mejor le pueden interesar algunos otros lugares con los que sí trabajamos.
Lo lamento, ha sido un error… Pero gracias, ya lo pensaré. Adiós.

Y se fue.

Qué mal, Hosei, estás fatal. Fatal. Pero el dibujo… El dibujo… En fin”. Hubiese caminado con desánimo, pero vio que eran ya las 4 menos diez, y no le sobraba el tiempo. De hecho, se incorporaría a la oficina más tarde de lo previsto. Al guardar el móvil, reparó en su manga. Llevaba una cazadora negra sobre un jersey azul. Hiiiija de puta. Echó a correr como un descosido y entró como un relámpago en una tienda de moda. Empezó a pedir a gritos un jersey blanco, se lo arrebató de las manos al vendedor, lo pagó con su huella digital usando el móvil y, como un miura, desapareció del local dejando a los que allí estaban en un estado de incrédula parálisis. Por supuesto, se coló por delante de todos los clientes y ni siquiera llegó a probarse la prenda.

La puerta de metal volvió a abrirse, esta vez violentamente. Un hombre fuera de sí, con sus gafas brillantes de sudor, gritó con decisión: “¡¡Un billete a Kueruborandia, por favor!!”. Atanasía fue testigo de cómo casi se ahoga al hacer una profunda reverencia, porque el jersey que se había puesto (del revés) sobre el anterior era como mínimo de tres tallas menos. Miró la hora en el ordenador: las 15:58 dieron lugar a las 15:59.

Claro que sííí-í. Le tomo los datos.

El regreso de Yonadera esa tarde a la compañía fue bastante comentado. A pesar de que había procurado refrescarse y adecentarse mínimamente en los servicios de la planta baja, varios de sus compañeros y su propio jefe no pudieron evitar mirarlo con cierta desaprobación, unos, o preocupación, otros. El caso es que ese día recogió sus cosas nada más volver, mostrando siempre una absurda sonrisa de satisfacción en su cara. Traía una carpetilla gris bajo el brazo a la que se aferraba con intensidad, con orgullo.

Durante el viaje hasta su hogar, se sentía como en una nube. “Hacía años que no me encontraba así”, se dijo. Comió su almuerzo en el tren. Al entrar en casa, su mujer percibió claramente que algo había sucedido. Pero se limitó a observar, entre preocupada y sorprendida.

Esa noche, una vez había apagado la luz para dormir, le dijo:

Meiko, a lo mejor, dentro de un par de meses…
Haces un viaje.

Silencio.

¿Es muy lejos?
Sí, pero no sé exactamente dónde.
¿Y vas a volver, verdad?
Por supuesto.
¿No puedo ir yo?
Me temo que no.
¿Tan importante es para ti?
Sí ─respondió, un poco asustado.

Ella no volvió a decir nada. Al rato, se quedaron dormidos.

Poco después del amanecer, volvió en sí. Volteándose para mirarlo soñar, susurró:

Entonces, de acuerdo.