'Ida'
Segundo episodio de este Pandemonium de los hilos de nuestras vidas, que se entrecruzan con la precisión de un patrón de modas. ¿Saben las líneas de los patrones quién las ha trazado? Ellas creen que son libres...
Es difícil encontrar un lugar en el mundo, un propósito, algún hecho, percepción o fenómeno que surja súbito, como un fogonazo y que de repente nos revele el sentido de nuestra existencia, que nos libre de la culpa adscrita al albedrío y que nos otorgue la paz de no elegir ni decidir.
Decidir es el verdadero pecado que maldijo a la raza humana. Todo era puro e iba razonablemente bien hasta que Dios mostró a Adán y a Eva la oportunidad de decidir desobedecerle. Nos cuentan que Eva decidió comer el fruto del bien y del mal, que esa decisión fue la que nos expulsó del Edén y ese pecado condenó a nuestra especie a caminar por la existencia terrena buscando el camino de regreso, decisión tras decisión.
El hombre está condenado a la decisión eterna y los resultados de tomar esas decisiones tienen por consecuencia la lamentable necesidad de tener que tomar otras nuevas, y así sucesivamente.
No obstante yo pienso, y por lo tanto sé que, al ofrecer al hombre la posibilidad de desobedecer, Dios ya sabía que los humanos decidirían hacerlo; opinar lo contrario supondría negar la omnipotencia de Dios y su existencia misma. El destino existe, y lo que es más importante, podemos conocerlo, se nos muestra cada noche porque está escrito en las estrellas.
Nacer es el único acto que aparentemente no decidimos y precisamente la hora exacta de ese acontecimiento es la que marcará la fecha de nuestra muerte. Todos tenemos un tiempo limitado, lo vivimos con mayor o menor intensidad, pero cada uno de nuestros actos, por pequeños que sean, obedecen a un fin concreto que escapa a nuestro conocimiento.
El conocimiento exacto de nuestro destino nos libera de la culpa y de la necesidad de juzgar nuestros actos con criterios morales, nos devuelve a la libertad primigenia del edén buscado y nos libera de la cadena del albedrío.
Desde pequeña me dediqué a estudiar la vinculación que existe entre el comportamiento humano y la maravillosa danza que bailan los cuerpos celestiales en el marco infinito del espacio y del tiempo. Me pasé la vida intentando entender los complicados encajes que traza el universo en su expansión, estudié y recopilé datos con mi Lettera 2000 para conseguir atisbar la belleza de su mecánica. Como es natural, lo que llamamos “método científico” no me ofreció ningún tipo de respuestas. Por eso recurrí a las ciencias marginales, al estudio de las mancias, a la astrología hermética y a la alquimia, y me empapé de los conocimientos de muchos sabios que dedicaron sus vidas, a lo largo de las eras, a estudiar el hilo de relación entre el universo y la vida.
Como toda investigadora pionera, decidí comprobar en la práctica lo que mis estudios claramente me señalaban; así que, tras estudiar en profundidad ciertas cartas astrales, di con una combinación de astros que determinaba con una exactitud pasmosa la muerte violenta de los sujetos nacidos en el minuto y la hora exactos de su alineación. La embriaguez de tal descubrimiento me hizo diseñar un plan maestro que me permitiese corroborar de un golpe la certeza de lo que hasta ese momento sólo figuraba en mi mente como teoría y suposición.
Con mi motivación y mis capacidades no me costó mucho conseguir un buen puesto en las oposiciones para trabajar como auxiliar de registro en el hospital de mi ciudad. Ello me facilitó el acceso a los nombres de las personas nacidas bajo la conjunción letal, en los últimos 60 años. De los de 50 casos a los que pude acceder, elegí a los 14 que me ofrecieron los datos más precisos en su carta astral y descarté aquellos que me despertaron la más mínima duda sobre su exactitud.
Marcelo Cedrón, nacido a las 18:45 el 24 de enero de 1967 fue mi primer investigado y el que desencadenó todos los acontecimientos que me han llevado hasta aquí.
Esperé a Marcelo en el lugar exacto que me indicó el péndulo de cuarzo verde sobre el plano callejero que regalaban en la oficina de turismo. El reloj marcaba las 02:30 de la madrugada y la hora de la muerte estaba prevista a las 02:32. Marcelo caminaba solitario por el otro lado de la calle. En cuanto me vio, con paso firme y sin vacilar se dirigió hacia mí y me tendió su mano.
Sin pensar, como si fuera una autómata, le tendí la mía y, tras un breve apretón de manos, colocó en ella una pistola del 38 con silenciador, me miró a los ojos con una templanza de otro mundo y me dijo…
Proceda…
Sabía que después de esto no podría defender mi tesis sin incriminarme, pero quizá por vanidad dejé el papel mecanografiado con la fecha y hora de nacimiento de Marcelo para que quizá otro pudiera atar cabos y llegar a las mismas conclusiones que yo… Aunque, hiciese lo que hiciese, el destino ya lo ha decidido.
Cada vez que cumplía el destino marcado por las cartas astrales me sentía reconfortada por formar parte de un plan trazado por fuerzas más allá de mi comprensión, como una elegida del destino que ejecuta el plan infinito de Dios y se preocupa de cuidar del diseño inteligente de su paraíso…