Cuervolandiaaaaaaaa!
El Señor Cubero era un hombre de corta estatura, calvo y con gafas gordas que estaba siempre inquieto y se dirigía a sus semejantes con frases técnicas, eruditas y al mismo tiempo veloces como si las disparase con una ametralladora imposible.
Su misión en Cuervolandia era llevar la contabilidad y los asuntos económicos y él mismo se jactaba de que con su gestión la empresa había obtenido un repunte de balances exponencialmente superior al cuadro presupuestario del ejercicio económico anterior, manteniendo una fluctuación positiva respecto a las cuadraturas económicas de los planes quinquenales del pasado semestre. Decía esta frase a una velocidad endiablada y lo apostillaba con una risilla tartarinesca de autosatisfacción erudita.
Aún hoy desconozco si él mismo era consciente de que cuando soltaba en una reunión este tipo de comentarios, sus interlocutores se miraban entre sí con nerviosa inquietud y sonrisa congelada del que no entiende ni jota y ha perdido toda esperanza de meter baza en la conversación. El caso es que si se daba cuenta, no parecía importarle en absoluto, es más, a veces daba la sensación de estar en otra parte mientras proseguía su ametrallamiento verbal de economía aplicada o de los numerosos expedientes que se acumulaban como rascacielos de papel en su escritorio de formica que intentaba imitar el mármol rosa sin conseguirlo... Era una sensación extraña que hacía que lo viese como un monje Zen, abstraído del mundo real.
En realidad, mis impresiones eran ciertas, detrás de la fachada de burocrática placidez del Sr. Cubero se escondía una personalidad anarquista peligrosa. El respetable contable de Cuervolandia pasaba noches enteras sin dormir perfeccionando al milímetro su plan mefistofélico de sembrar el caos en la sociedad biempensante. Nadie podía saber que tras las ojeras permanentemente instaladas en su rostro ratonil se ocultaba una jugada maestra de desestabilización del stablishment.
Por las noches D. Saturnino Cubero se dedicaba a falsificar las páginas amarillas, cambiando de manera casi imperceptible unos números por otros y haciendo especial hincapié en los de las instituciones públicas. Por el día lleva siete réplicas perversas en su maletín y las suele canjear a escondidas en los despachos y oficinas a los que por su trabajo se ve obligado a asistir.
Vd., amigo de Cuervolandia, ya sabe la verdad; cuando marque el teléfono del Ministerio de Obras Públicas y en realidad se comunique con una fábrica de esparadrapos, pregúntese a sí mismo: ¿Es casualidad?... Ahora que ya lo sabe intente dormir tranquilo.....