Are you talking to uuuuuus?
Sonaban ritmos electro clown entre los escasos setos del boj
del camino que discurría entre la casa abandonada y la tienda de velas hacia la
grandiosa estatua de Milli y Vanilli abarrotada un año más por muchedumbres que
habían acudido, algunos a revivir sus ilusiones, otros a probar los nuevos
cuervoñigos pica-pica (gran acierto de los gerentes comercializar aquella
partida cuyos envases al vacío habían sido dañados por una bandada de cuervos
que se había colado en el almacén), y algunos pocos a echar la tarde.
Había chispeado hacía unos minutos, sin embargo no hacía
frío… era más una sensación de destemple… agarré con firmeza la Cuervocola Hot
Lemon para que mis manos entrasen en calor, mientras mi mente trataba de
completar los versos que Kanqui perpetraba y que los destartalados altavoces
entrecortaban…
Cuervolandia tenía eso: la gente cantaba alegre, como si de
un concierto se tratase, cada vez que los altavoces se apagaban, como si fuera
el mismo payasete el que estiraba el brazo del micro desde un escenario
imaginario, brindando al público la oportunidad de cantar.
De repente, la música se apagó bruscamente, las luces se
atenuaron, acompañando a la leve oscuridad del crepúsculo y comenzó una versión
carrillonesca del Girl You Know It´s True.
Los grandes ojos metálicos de
Milli y de Vanilli se iluminaron deslumbrando al público asombrado y todo el
mundo contuvo el aliento cuando en medio del escenario tras una traca de
petardos que estalló a medias y una tímida nube de hielo seco aparecieron por primera
vez en Cuervolandia los inigualables equilibro-malabaristas, “Los Chindas
Viajeros”!!!!!
Sí amigos, por fin el público de
Cuervolandia tuvo en primicia la actuación de los mundialmente famosos Chindas
Viajeros y hay que reconocer que estos chicos sabían del negocio!! Semanas
antes de actuar los Chindas ya se anunciaban por todas las ciudades que iban
con carteles fluorescentes y chillones dibujados por auténticos magos de la
ilustración expresionista y con eslóganes tales como “harán las delicias de
niños y mayores”, “El mayor espectáculo del mundo” “Éxito en TV” y según los
sitios anunciaban incluso performances bizarras de combates surrealistas del
tipo “Spíderman contra Pumby” o “Fantomas contra Lupin”.
Para esta ocasión los Chindas
quisieron hacer algo diferente, muy inspirados en Le Cirque du Soleil abandonaron
sus clásicos uniformes de mallas a rombos negros y aparecieron en escena
vestidos con mallas color carne contorneadas con dibujos fantasía de purpurina
para darle un tono más adulto y artístico a su espectáculo.
Dando
palmadas al aire empezaron
dándolo todo con su número estrella, el peligrosísimo rulo!!!! Niños y
grandes contemplaron asombrados cuando Tony, el líder de los Chindas,
subido a una tabla con un cilindro debajo, iba manteniendo el equilibro
mientras añadía cada vez más pisos a su delirante construcción, en el
tercer piso de cilindros y tablas logró hacer el pino aunque con unos
vaivenes que dejaron mudos a los asistentes.
A Elenita le había encantado el número de los Chindas, pero a sus seis años se ponía muy nerviosa pensando que se podrían caer en cualquier momento. Se los imaginaba estrepitosamente abatidos ante sus pies, con la boca y los ojos muy abiertos, inmóviles en una dolorosa postura mientras el cilindro seguía rodando por ahí, entre un público que se apartaba a su paso como si les fuera a quemar.
Al finalizar el espectáculo, divisó un elfo emisario de Papa Noel que, sentado en un trono de cartón piedra y rodeado por un nutrido grupo de familias, atendía a los niños en su regazo. Elenita señaló con el dedo hacia ese lugar, mientras requería a sus padres con la mirada y tiraba de su ropa con la otra mano. Ellos sonrieron y tranquilamente siguieron sus pasos, pues la niña salió escopetada para allá.
Observó cómo, en riguroso orden, cada chaval se sentaba sobre su regazo y respondía a sus preguntas. Todos le contaban los regalos que esperaban recibir de Papa Noel este año, y luego se iban con un caramelo en la mano. Alguno se quedaba mudo y sobrecogido: tal vez porque sus padres insistieron en que la entrevista entre su criatura y tan alto emisario tuviera lugar.
—¡Adiós, Nerea, guapa! ¡Pronto tendrás tu patito pintado!
Por fin le tocó a ella. El elfo, con gorro y vestido verdes, era bastante amable, pero en su sonrisa había algo que la desagradaba, aunque casi no era consciente de ello. La ayudó a subirse.
—Hola, bonita. ¿Cómo te llamas?
—Yo Elena.
—Muy bien, Elena. ¿Y has sido buena este año?
Tras una pausa reflexiva, dijo:
—Sí.
—¿Seguro?
—Sí, pero... Pero el otro día... le eché espuma a Grissom.
(No pudo evitar retorcerse un poco los dedos con las manos)
—¿Quién es Grissom?
—Se fue corriendo y se sacudió y se manchó el sofá y todo. Papá se enfadó por tocar sus cosas del baño.
—¡Ja, ja, ja! Digo, ¡jou, jou, jou! ¿Vas a volver a hacerlo?
—No —dijo con sonrisa pícara—.
—De acuerdo... Ahora, dime qué quieres que le diga a Papa Noel que traiga para ti. ¿Qué regalos te gustarían?
— La... la pértiga de Peppa Pig, y... hum... ¡el pendrive de Dora Exploradora!
—Ajá. Ya se lo diré yo en tu nombre, te lo prometo. ¿Ves? Lo apunto aquí, en este papel.
Elenita pareció satisfecha. El elfo la bajó con cuidado y le metió uno de sus caramelos de coco y anís en la mano. Ya los había probado antes de disfrazarse, y le repugnaban. Estaba abriendo los brazos para recibir al próximo chiquillo, cuando la niña se volvió y gritó:
—¡Ah! ¡Y un hueso de plástico! ¡Eso es lo más importante!
El elfo le hizo un gesto aprobatorio y sonrió de nuevo de esa extraña manera. Acto seguido, retomó el papel de sus apuntes y escribió algo más. Se quedó tranquila.
Al volver con sus padres, estos le mostraron en la cámara digital las fotos que habían tomado mientras ella y el elfo dialogaban. Estaban muy orgullosos.
—¿Qué te preguntó? ¿Y tú qué le dijiste? ¡Huy, qué contento se va a poner Grissom!
Esa misma noche, el elfo se quitó el disfraz y Saturnino Cubero, el contable de Cuervolandia, comenzó a escribir la carta a Papa Noel en nombre de los niños. Ayudándose de los apuntes que había tomado, estaba seguro de no olvidar nada.
"Juan Carlitos. Desea una maceta de porcelana y un CD de El Consorcio. Parece un niño nervioso: en caso de enviarse un tercer regalo, se desaconsejan juguetes de acción y de violencia simulada".
"Nerea. Gran apasionada de la entomología. Quiere una colección de grandes insectos clavados en alfileres. No pide nada más. En caso de enviársele un regalo a mayores, recomiendo un minijuego de La oca".
"Elena. Pide con ilusión una correa de castigo para entrenar a su perro. Nada de artículos de deporte ni tecnológicos, porque siempre le regalan lo mismo. Los personajes famosos de la tele también la aburren. Un gran bote de espuma a presión, por el contrario, creo que sería algo apropiado para ella, ya que podrían jugar en familia".
Cubero daba buena cuenta de un bocadillo de chopped pork barato mientras escribía. Sonreía al pensar en los frutos de esta acción de microguerra. Niños contrariados desde la más tierna infancia darían lugar a adultos crispados. Ellos, algún día, se rebelarían contra el sistema y la revolución anticapitalista estallaría finalmente. Se trataba de un proyecto muy, muy grande, y con toda seguridad él ya no lo vería. Pero seguiría contribuyendo durante toda su vida a sembrar estas pequeñas semillas de incomodidad social. Había muchos Saturninos Cuberos en los cinco continentes, propiciando nimios pero fundamentales cambios en el tejido social que tanto aborrecían.
Terminó su tarea y, al día siguiente, desde la cuervoestafeta envió la voluminosa carta a Papa Noel por correo certificado con acuse de recibo. Tras un duro día de trabajo con las siempre boyantes cuentas de Cuervolandia, cuando llegó a casa se estiró en su hamaca y colocó con satisfacción los brazos por detrás de su cabeza.
—Ahora solo queda esperar.