'Año 2'
Felíz Felíz Cuervodíaaaa
Como ya viene siendo tradición los gerentes alimonamos un nuevo relato a tres bandas sin saber cada cual lo que escribe su prójimo, este relato se irá actualizando a lo largo del día de hoy, permanezcan atentos a sus pantallas, ¡Que suene la música, comienza el pasotriple!!!!!
Acurrucado en el ajedrezado suelo de su estancia, Paco el Arlequín miraba una y otra vez su diario, mientras se concentraba en los últimos versos de sú última obra, una Silva romántica titulada "Los Repollos También Tienen Corazón".
Meditando acerca de palabras que rimen con licantropía, bebió otro sorbo de su sol y sombra. Inmediatamente recordó que ya hacía tres años que trabajaba en Cuervolandia, de cómo llegó vestido de arlequín, y nadie lo miró con extrañeza, de la sonrisa amable del Sr. Cubero dándole a firmar un contrato que si bien no era del todo satisfactorio en lo económico, sí lo era en sus posibilidades de promoción, y además ¿Quién podría negarse a firmar un contrato realizado en pergamino y sellado con lacre beige? Hasta en eso tenían estilo los gerentes.
¡Tres años ya!, Tres años, siendo el rapsoda de Cuervolandia, haciendo reír y llorar a los niños y padres, y lo que queda aún.... Paco cogió su mandolina y pensó ....Utopía.
Segunda parte:
Julito Fontevalero estaba nervioso. Estaban a punto de publicarse las listas definitivas de aprobados de las oposiciones al puesto de registrador/cuidador de aves raras del territorio de Los Monegros. Para él era todo un reto. Despues de haberse dedicado a estudiar muchas horas, y de haber hecho un examen del cual no sabía predecir el resultado, necesitaba un respiro. Pero desconectar era dificil. Por un lado su familia no dejaba de preguntarle qué tal le había ido, y por otro lado su jefe en Salvemos al Mosquitero Silbador no dejaba de desanimarle con lo dificil que era y las pocas posibilidades que tenía. Tan sólo su amigo Oswaldo Salvadórez, informático en cuervolandia le animaba:
- Mira Julito... ya sabes que a mí las cosas jipis esas de las hierbitas y los pajaritos me la soplan. ¿ecología se llama?, ¡eso! Pero yo se que es tu pasión. Además... piénsalo así: si no apruebas no pierdes nada. Te vuelves a presentar al año que viene. Yo te puedo recomendar para Cuervolandia. Seguro que hay algo que tu puedas hacer. Siempre hay curro en el equipo de programación. Mírame a mi. Empecé firmando un contrato horroroso haciendo muchísimas horas, y ganando poco. Por otro lado no pude negarme a firmar un contrato encriptado con 7 claves y redactado en C++ y Java simultáneamente. Pero ahora, de Jefe de Desarrollo Multimedia... Sin duda he progresado. Como tú podrías hacer. Sólo tendrías que aprender a programar.
- Es que a mí la programación... no se yo.
- Bueno, si no es ahí, hay multitud de atracciones en las q puedes participar. Hay una nueva... "La Casa Abandonada".
- ¿Es de terror? - dijo Julito claramente interesado.
- Que va, hombre. Es una casa... abandonada. Dentro no hay nada. Ni muebles ni nada. Con sus goteras y todo. Tan sólo hay que enseñarla a los visitantes. Y el jardín ¡es todo un ecosistema! todo lleno de zarzales y el césped te llega por las rodillas...Uy, además, Cuervolandia también necesita quien dé de comer a los cuervos. Siempre hay necesidad de sustitutos por picotazos en las manos... ¡Dichosas Criaturas!
- Jo, Oswaldo, tu si que me comprendes. Eres todo un amigo.
- En cualquier caso... si apruebas, podrás decirle a tu jefe lo que le dijo Robbie Williams a los demás cuando le expulsaron del grupo ¡Take That! Eso si es estilazo...
La mano derecha de Salvadórez realizaba un gesto obsceno, que Julito decidió olvidar, puesto que reconocía la buena intención de su amigo. ¿Podría cuervolandia convertirse en su futuro profesional?
Tercera parte:
Tras los ventanales acristalados de la suite "Chorros de oro de Alsacia y Lorena" del Cuervohotel, el arcipreste observaba complacido cómo su tercera promoción de catequistas abandonaba de buena mañana el edificio para desperdigar -primero por los barrios, más tarde por todo el planeta- las semillas dogmáticas que él había sembrado en sus mentes con tanto afán.
Una bandada de cuervos pasó volando por entre el grupo de jóvenes y, vistos así desde esa altura, con sus sombreros y atuendos al viento, ni siquiera el arcipreste podría distinguir a los unos de los otros.
Atrás quedaba un cuatrimestre de intensos ejercicios espirituales, inolvidables confesiones en grupo y agotadoras sesiones de reforzamiento conductual, rodeados siempre por un sobrio lujo: grifos de oro sí, pero pensando en quienes carecen de ellos en el tercer mundo; y, desde luego, nada de diamantes entremezclados con los cubitos de hielo en el cava, pues como quedó demostrado en otras ocasiones, podían acarrear menos alegrías que disgustos.
Así, satisfecho, el arcipreste decidió pasearse por Cuervolandia adelante con las manos unidas relajadamente tras su espalda. En el embarcadero del lago artificial, asomado sobre su oxidada verja verde, se entretenía tirando piedrecitas de grava a los envases de cuervoñigos. Al volverse para continuar paseando, vio en el suelo un compact disc roto en tres pedazos. Él, que ni de pequeño recogía el dinero del suelo cuando se le caía, se descubrió a sí mismo inclinándose para meter el malogrado CD en un bolsillo. ¿Por qué lo había hecho? Algo le había obligado, algo en las débiles irisaciones desprendidas por el plástico bajo ese cielo encapotado.
Sentía que sabía lo que hacer. Acudió raudo a la cuervoestafeta de correos y, al salir, llamó por el móvil a su secretaria personal, Athanasía.
- ¿AMP?
- SPC. Te he mandado por mensajería urgente un disco de esos que giran tan rápido, despedazado. Cuando llegue esta noche al despacho, estaré muy interesado en poderlo escuchar. Te dejo ahora, que estoy muy ocupado y con el teléfono en voto de silencio.
A Athanasía se le atragantó la piruleta que estaba saboreando, pero en sus once años de vida había superado muchos retos y este, se dijo, este era tan solo otro puto desafío más. Tomó aire profundamente, descolgó el teléfono y marcó un número de 14 cifras.
- Stanislav, J'ai besoin de toi.
Las 2 de la madrugada. A esa hora bruja llegó el arcipreste a su despacho, sudado como un hisopo y presa de la ansiedad acumulada durante todo el día por escuchar el disco. Ni por un segundo dudó de que estaría disponible para su perfecta audición. Encendió la luz. Sobre la mesa, un sobre con algo escrito le aguardaba. En él podía leerse: "Nada es imposible con la fe requerida y la secretaria apropiada. Hasta mañana a las ocho". Parecía escrito con sangre, pero descartó esa posibilidad debido a la longitud de la frase; seguramente se trataba de lápiz de labios. En cualquier caso, no iba a invertir ni un momento de su preciado tiempo en comprobarlo. En el interior encontró el disco original exquisitamente recompuesto, acompañado de otro resplandeciente y nuevo, etiquetado como "Flamante copia restaurada". Inquieto, marcó el número de Athanasía.
- AMP. Oiga, Athanasía, la flamante copia restaurada no significará que ha escuchado usted el contenido del disco antes que yo mismo... ¿verdad?
- SPC... No... no lo sign...
- ¡Sísísísí!. Es suficiente.
Cortó la llamada y pensó: "Perfecto". Relamiéndose los labios agrietados por el viento del desierto, introdujo el CD recompuesto en la cadena musical y pronto los ojos casi se le salieron de las órbitas. Comenzó a gemir de felicidad, pues había reconocido aquella música que formaba parte de su infancia, aquella que tantas veces había tarareado a lo largo de toda su vida, una que asociaba a olores que sólo, a veces, se le presentaban en sueños; una melodía que había, en vano, tratado de conseguir por todos los medios posibles y nadie conocía, nadie recordaba, de la que en ningún lugar había encontrado datos o referencias... tan solo en su mente infantil. Se trataba, sí, de la banda sonora de una radionovela croata que su madre (en paz descanse) seguía cuando era joven, mientras regaba las plantas del balconcillo de la casa que le había visto nacer. Era maravilloso, una experiencia mística que hacía hervir su cerebro. Las emociones se agolpaban en su pecho y sus neuronas brillaban y bailaban, pero en una fracción de segundo, todo cesó abruptamente.
En efecto: había interrumpido voluntariamente la reproducción de esa milagrosa banda sonora cuyo autor e intérpretes jamás conocería. Jadeando con el tembloroso CD en la mano, se vio reflejado en su superficie como un demente. Tal vez lo era, pero no estaba dispuesto a dejarse vencer por el demonio del vicio que lo poseía, por un lado, ni deseaba deber favores a ningún dios, por otro. Rompió de nuevo el CD y se lo dejó en un sobre a la secretaria encima de su mesa. Escribió en él: "Elimínese por inútil". Cerró el despacho, corrió como un descosido por las calles solitarias de la ciudad hasta el puente, y la flamante copia restaurada la tiró al río.
Al día siguiente, se despertó a las ocho y tres minutos profundamente arrepentido. Llamó desesperado a Athanasía, pero ella ya lo había eliminado a las ocho "según sus instrucciones". Gritó "¡nooo!" hasta quedarse afónico y buceó por el río hasta acabar hospitalizado por neumonía aguda, maldiciéndose todas las noches en su cama a partir de entonces. Finalmente, fue a confesarse. Tras contarle la historia al sacerdote que le escuchaba atenta y contristadamente, éste le preguntó:
- Hermano... ¿Cuál es entonces, a tu juicio, la moraleja de esta historia?
Contestar le llevó poco tiempo:
- Sólo tengo claro que los visitantes de Cuervolandia cuentan con un gusto exquisito... pues sus desperdicios, Padre, son nuestras epifanías.