28 de diciembre de 2006
Navvidad en Cuervolandiaaaaa
Cuervolandiaaaaaaaaaaaaa
En cuervolandia ya es Navidad
Todos los cuervos dicen cra crá
graznan y ríen, atusan sus plumas
cantan a coro las noches de luna
Los niños los ven y mucho les gusta
su negro plumaje poco les asusta
juegan con ellos, cantan villancicos
cuelgan guirnaldas en sus largos picos
Vuelan hacia el arbol, lo adornan con brío
poco les importa que haga mucho frío
De alegres colores adornan el árbol
negros, grises,beises y marrón tabaco
¡Qué bonito queda! Dicen los papás
nunca olvidaremos esta navidad.
Toda la familia llora de contento
contemplando el árbol desde sus asientos
Todo cuervolandia se viste de alegría
la noche se cierne dice adiós el día
Los cuervos cantarán ¡Oh maravilla!
que corra el sirope y la zarzaparrilla
Los cuervos alegres graznan afinados
al cielo levantan sus picos afilados
en las ramas del árbol asidos de garras
entonan un canto que el alma desgarra
Entre todos ellos un cuervo no canta
afónico llora su mal de garganta
pobrecito cuervo que pena nos da
su voz no se oye en la Navidad
Sirope de arce tomarás caliente
curarás de golpe tu cuello doliente
cantarás con todos alzando tu voz
y en Belén harás sonreír a Dios.
Desde Cuervolandia a la humanidad
los gerentes desean Felíz Navidad.
Los niños en brazos también pagan entrada (Visite nuestro Cuervo casino).
13 de diciembre de 2006
El tunel del amor..
Siempre quise visitar el túnel del amorde Cuervolandia. No me juzguen enfermizo y solitario por el hecho de ir solo a una atracción de parejas, lo hago a propósito por que me da una visión más lúcida de los comportamientos humanos y porque creo que es un lugar que invita a una profunda reflexión.
Espero unos dieciocho minutos en una cola entre las parejas que esperan con más ansia que yo con sus cuervofichas marrones el entrar en las cuerbarquitas del amor unos receptáculos color beis con asientos grises en cuya parte trasera lucen unas esculturas de polietileno de dos cuervos arrullándose amorosos cuyo conjunto presenta una forma parecida a un corazón.
La barra mecánica de seguridad, ni aprieta ni está floja. es bajada por un operario melenudo, de aspecto un tanto patibulario, que subido con acrobática agilidad a un lado de las cuerbarquitas, desposee a los tórtolos que en ella viajan de sus respectivas cuervofichas con un movimiento rápido y preciso de sus largos dedos rematados en uñas blanquecinas y sin medialuna que brotan cuan sarmientos de sus manos tatuadas, al tiempo que exclama fichasss.
La cuerbarquita da un pequeño salto al arrancar y circula a una velocidad moderada por unos raíles traqueteando suavemente hacia las puertas que se abren al pasar por un cuervo autómata vestido con chistera y traje rojo que será el anfitrión de todo el resto de la visita con su inconfundible sincronía al mover las alas y el pico abriendo y cerrando sus ojillos mientras grazna un Creck creck creck seco y metálico. Al entrar se oyen unos grititos y unos chirridos ¿risas tal vez?.
La travesía dura más o menos diez minutos dentro en el túnel y hace calor, no como para quitarse el jersey pero tampoco como para estar cómodo con el,la iluminación es parpadeante y rojiza, en la decoración abundan los cuervos y los corazones y está todo rodeado por humo de hielo seco. Suena una musiquilla ambiente de órgano y violines un tanto enlatada interpretada por una orquesta de cuervos autómatas y a veces pasas al lado de una bandejita en la que puedes hacerte con unas viseritas y cosas de comer como unos roscos de vino con sirope de arce todo se antoja cómodo para aproximarte a tu pareja si la tienes e intentar un tímido beso ora en la fuente de agua roja que surge de un corazón de metalcrilato llevado en el pico por dos cuervos de plástico imitando mármol, ora en la estátua gigante de cupido de clara influencia helenística también en plástico imitando marmol.
El cuervo de traje rojo está en todas las puertas y las abre con su habitual sincronía creck creck creck. Justo al final del túnel te pasan un cortometraje de animación hecho en el este de europa en el que una pareja de cuervos de plastilina se enamoran y deciden formar una familia previo paso por el cuervoaltar.
Las parejas salen del túnel más unidas que nunca, dándose piquitos y cogidos de la mano, algunos aprovechan para casarse en la cuervocapilla, yo en cambio salgo pensativo y taciturno, ¿por qué el túnel no me ha transformado a mi también?, ¿Acaso no tengo derecho a amar?,¿dónde se hallará mi media naranja? mientras pienso esto observo al siguiente viajero en las barquitas del amor, es una joven morena vestida de gris, con los labios muy rojos y entra ...sola.
Visite nuestro cuervocasino. Cuervo, cuervo, cuervo....Landia, landia, ...landia
Cuervolandia
10 de diciembre de 2006
WOW (Woman on wheel)
Se paseaba por todo el recinto del parque montada en un monociclo. Podías averiguar su situación aproximada porque, a ratos, el vehículo emitía una peculiar estridencia metálica: "gañíí, gañíí-i". En su pecho lucía una plaquita que la identificaba como Jacquelynne, asistente de Cuervolandia, aunque su nombre real era Berta Miranda, para ella mucho menos artístico, dónde iba a parar.
Llevaba consigo también 3 bolas de colores que intentaba mantener simultáneamente en el aire durante el mayor tiempo posible, que no era mucho, porque aún no le tenía cogido el tranquillo al asunto y además el tambaleante monociclo no ayudaba precisamente. Era su primera semana de trabajo y, considerando que con 25 años nunca antes había montado en bicicleta, se sentía francamente satisfecha.
Se dejaba ver con su uniforme negro, largas piernas y cuervovisera, dedicando a los visitantes su sonrisa o algunos chistes.
Es más, ahora mismo estaba observando a un niño de unos 8 años junto a sus padres. Él miraba atentamente las cuervofichas que sostenía en su mano abierta, recién canjeadas en uno de los cuervoquioscos a cambio de dinero, como salvoconductos hacia toda esa dicha que tanta barraca y atracción mecánica ofrecía. Sin duda, las plásticas piezas marrones con una C y una F a cada lado le resultaban mucho más atractivas que ese anodino metal cuyo complicado uso no acababa de entender: a veces sus padres recibían más si ellos lo entregaban antes (cuando no sucedía justo al revés), pero muchas otras no era así; y, fuese como fuese, los mayores siempre parecían satisfechos.
Berta Miranda no se lo pensó dos veces y se dirigió para allá. Algunos la vieron caer a lo lejos, entre ellos el chavalito, pero nadie la ayudó ni siquiera a recoger las bolas. Se sacudió el uniforme con las manos, ajustó su plaquita, orgullosa, y volvió a balancearse en su vehículo cautelosamente. Ensayando entonces su amplia sonrisa, llegó hasta ellos y comenzó a trazar una irregular línea circular en torno a la agraciada familia, haciendo sonar una bocina.
-¡Hola hola! ¡Hola hola!
"Por favor, Dios mío, que no sea a nosotros", pensaba el niño, a quien esos encuentros en la cuarta fase con perfectos y extravagantes desconocidos no le agradaban lo más mínimo.
-¡Hombre, Mateo, mira quién está aquí! ¡Pero miraaa! -azuzaron los padres.
Él sintió en ese momento cómo el nombre se le escapaba traicioneramente del cuerpo.
-¡Mateeeeoo, Mateo, Teomateomateomateoma!
El niño miró a sus padres con inquietud: estaban encantados.
Ella se le plantó delante haciendo un extraño algo brusco con la rueda esa, pero ancló el pie y volvió a erguirse con una cara triunfal.
-¡Qué tal, guapo!
-...
-¡Dile algo, hombre, dile algo...! ¡A ver...! Tiene usted que disculpar...
-En casa no es así -reprochó la madre.
Por segunda vez, Mateo se violentó. ¿Por qué se ponían en su contra?
Este niño parecía difícil de pelar. Berta Miranda lanzó al aire una bola y la volvió a coger con la mano. Los tres la miraban, expectantes. ¿Qué más querían? Sintió que la situación empezaba a escapar de su control. Algo atenazada, se echó una mano al bolsillo trasero y sacó algo plano que tendió al chico.
-¿Quieres una cuervovisera? -ofreció con tembloroso brazo.
Eso sí logró que todos se ilusionasen. Tras consultar a sus padres con la mirada, Mateo aceptó el regalito con una sonrisa.
-¿Es igual a esa? -le preguntó a ella, señalando su cabeza.
-¡Sí, eso es! -asintió, gozosa.
-Pero es que está doblada.
Era la verdad. Los continuos golpes habían pasado factura también a las endebles cuervoviseras. Ella intentó arreglarlo en el momento, doblando la del niño en sentido contrario con desigual fortuna y colocándosela por fin en la cabeza.
-¿¡Qué se dice!? -aullaron sus progenitores.
-Gracias, Ja... Jaake-lii-ne.
¡Kyaa! ¡Qué monoooo! Después de todo, ese chiquito era un encanto.
-¿Quieres que te dé una vueltecita por el parqueeeeee? ¿Eeeeehh? -preguntó retóricamente, palmeando sus muslos-. ¿Y luego te volvemos a traer?
Él se quedó mirándola. Había algo en su pelo un tanto revuelto, en su plaquita torcida y en su infernal máquina rodante que hizo saltar todas sus alarmas. Volvió a envararse y se giró hacia su padre, apretando la cara contra su abrigo. Sintió la goma de la visera tirándole de las orejas. Ya había sido suficiente. Quería que toda esa situación acabase ya.
-¡Claro que sí, vergüencillas! -clamó el padre con una carcajada, aupándolo en el aire y sentándolo en el, desde ese mismo momento, oscilante e inseguro regazo de la muchacha. Paralizado de indignación, echado a los lobos por sus propios protectores y arrastrado por una corriente que lo envolvía y ahogaba, fue espantado testigo de cómo el suelo se movía cada vez más rápidamente ante sus ojos, sintiendo constantemente el vértigo de caerse. Con la cara ardiendo, en su puño apretaba con furia las cuervofichas, mientras mentalmente visualizaba a sus padres lejos, mirando hacia otro lado, y a ellos dos accidentándose al rascar contra el suelo, como aquella vez que tropezó al correr y le salió sangre y le dolió tanto; solo que esto sería peor, mucho peor.
Mientras las pupilas de Mateo se encogían de pánico, sus padres se daban besitos de pico detrás de la caseta de tiro al blanco, riéndose por lo bajo. Apagado por el ruido de los disparos y las melodías mecanizadas, hacía ya varios minutos que el irregular "gañíí, gañíí-ga" había dejado de oírse; o era, tal vez, que ya no le prestaban demasiada atención.
3 de diciembre de 2006
Hormigas en mi sorbete.
Cuervolandia, cuervolandia, cuervolandiaaaaaa
En las tardes de Otoño cuando empieza a chispear la lluvia suelo pasear por un páramo solariego, en medio del desierto de los Monegros, el lugar me hace reflexionar sobre la futilidad del cotidiano devenir y lo absurdo de la existencia humana. Este solitario paseo realizado en un entorno tan desasosegante produce en mí una sensación equidistante entre la náusea y la risa nerviosa. Es entonces cuando llego a Cuervolandia.
Los altavoces reverberan frases ininteligibles y dentro del recinto se oyen unos sonidos chirriantes, ¿risas tal vez? La anciana taquillera se arrebuja en su rebequita y extiende con su mano enmitonada un tiquet marrón, un pase a un mundo de fantasía donde la sonrisa y la alegría está presente por doquier congelada en las caras de los pierrots y arlequines que por allí circulan.
Mi primera parada en Cuervolandia es sin duda su restaurante, snak-bar en el que un cuervo, vestido de cocinero te mira con sus ojos vidriosos y sostiene entre su ala y su garra un menú escrito en tiza, no es barato pero tampoco es caro, su especialidad es la sopa de col, las acelgas rehogadas y el jarrete hervido con guarnición de judías tubo de esas que se sirven con ese liquidillo tibio tirando a frío y que contagia su sabor a todo el plato. Para beber la inevitable zarzaparrilla y algunas bebidas refrescantes que en algún momento tuvieron gas y dejan los dientes tintados de naranja si son de corvo-frutas o de negro si es cuervo-cola.
Lo mejor de todo es que sea el plato que sea todos llevan a su lado un sobre de sirope de arce en para añadir, desde la sopa hasta los postres los deliciosos cuervoñigos a cuya textura rugosa y caliente y su color grisáceo- amarronado hacen las delicias de niños y viejos, sobre todo si se toma con sirope de arce.
Una vez lleno el estómago comienza la diversión en Cuervo, cuervo, cuervo, Landia, landia.......landia
1 de diciembre de 2006
Plomiza tarde de domingo
No llueve, y sin embargo las nubes cubren completamente nuestro ánimo. Sentados frente al televisor con las constantes vitales bajo mínimos, inquieta pensar que el resto del día se escurrirá por entre los dedos ominosamente. El lunes está tan cerca...
¿Qué mejor momento para, paraguas en mano por si acaso, salir de casa con los niños y visitar Cuervolandia, el parque de atracciones creado con la mejor intención para toda la familia? Cerramos los ojos, contamos hasta diez mil y ya casi estamos allí.
Un viento ligeramente más violento de lo deseable juega con nosotros mientras hacemos cola. Ya pueden escucharse, cabalgando las ráfagas, los lejanos sonsonetes repetidos por megafonía. No se entiende casi nada todavía, pero seguro que sus mensajes nos levantarán el ánimo más tarde.
Tras esperar a que la señora taquillera, cubierta con una rebequita, vuelva de los lavabos para reemprender su labor, abonamos todas las entradas y con nuestros tiques marrones nos dirigimos a la entrada.
-Lástima no haber venido con una persona más, para pillar el abono de grupo, que descuenta el 7 por ciento.
Pero ya las grandes y oxidadas verjas giratorias nos saludan con su penetrante clak-clak-catack. Alguien advierte: "Cuidado, no os pilléis con la...". Demasiado tarde. El brazo de una niña queda atrapado mientras la gente empuja para entrar, indignada. El viento y los altavoces impiden oír muy bien qué ocurre, si hay gritos o si en la puerta están regalando algo (en ocasiones, una chica delgadita y nerviosa se acerca para recibir a los clientes, ofreciendo en una bandeja caramelos de nata un tanto correosos).
Al cabo de un buen rato, el hombre de mantenimiento llega mascando algo y, justo entonces, la niña es liberada por su padre. El hombre de mantenimiento asiente y da media vuelta mientras sigue mascando. Una vez más, gracias a Dios, el accidente ha ocurrido técnicamente en el exterior del recinto, recayendo cualquier responsabilidad sobre los visitantes. Finalmente van entrando, exhibiendo un brillo de ilusión en los ojos, bajo un gran arco metálico algo desvencijado, donde puede leerse escrito con grandes letras: "VENIDOS A CUERVOLANDIA". Al fin y al cabo están aquí, algunos por primera vez, para divertirse.
-¡Qué grande es Cuervolandia! ¡Mira, papá, hay cuervos de verdad!
-No os preocupéis, están acostumbrados a la gente y sus ojillos negruzcos parecen amistosos -aventura él, subiéndose el cuello del abrigo mientras mira alrededor.
El contacto con el parque de atracciones siempre resulta imponente: un ritmo lento nos empapa y acompaña en nuestra fascinación por sus encantos. Cada una de sus atracciones ha sido proyectada con la mejor de las voluntades, y el personal del parque sólo desea nuestro bienestar.
Con los niños casi petrificados ante tanta maravillosa promesa, son los padres quienes hacen por avanzar e internarse en el complejo. Todos pasan ante el Punto de encuentro, un desnudo poste coronado por un cartel en el que una familia feliz saluda, dibujada, a no se sabe quién. Si algún chaval se extravía, los asistentes de Cuervolandia se encargan de traerlos hasta aquí. Doce pequeños lloran con ahínco en su base, angustiados, solos, unos sentados, otros de pie. Esa chiquita de coletas se ha quedado dormida. "Parece un ángel", dice alguna de las visitantes al pasar, mordiéndose el labio inferior.
¿Qué mejor momento para, paraguas en mano por si acaso, salir de casa con los niños y visitar Cuervolandia, el parque de atracciones creado con la mejor intención para toda la familia? Cerramos los ojos, contamos hasta diez mil y ya casi estamos allí.
Un viento ligeramente más violento de lo deseable juega con nosotros mientras hacemos cola. Ya pueden escucharse, cabalgando las ráfagas, los lejanos sonsonetes repetidos por megafonía. No se entiende casi nada todavía, pero seguro que sus mensajes nos levantarán el ánimo más tarde.
Tras esperar a que la señora taquillera, cubierta con una rebequita, vuelva de los lavabos para reemprender su labor, abonamos todas las entradas y con nuestros tiques marrones nos dirigimos a la entrada.
-Lástima no haber venido con una persona más, para pillar el abono de grupo, que descuenta el 7 por ciento.
Pero ya las grandes y oxidadas verjas giratorias nos saludan con su penetrante clak-clak-catack. Alguien advierte: "Cuidado, no os pilléis con la...". Demasiado tarde. El brazo de una niña queda atrapado mientras la gente empuja para entrar, indignada. El viento y los altavoces impiden oír muy bien qué ocurre, si hay gritos o si en la puerta están regalando algo (en ocasiones, una chica delgadita y nerviosa se acerca para recibir a los clientes, ofreciendo en una bandeja caramelos de nata un tanto correosos).
Al cabo de un buen rato, el hombre de mantenimiento llega mascando algo y, justo entonces, la niña es liberada por su padre. El hombre de mantenimiento asiente y da media vuelta mientras sigue mascando. Una vez más, gracias a Dios, el accidente ha ocurrido técnicamente en el exterior del recinto, recayendo cualquier responsabilidad sobre los visitantes. Finalmente van entrando, exhibiendo un brillo de ilusión en los ojos, bajo un gran arco metálico algo desvencijado, donde puede leerse escrito con grandes letras: "VENIDOS A CUERVOLANDIA". Al fin y al cabo están aquí, algunos por primera vez, para divertirse.
-¡Qué grande es Cuervolandia! ¡Mira, papá, hay cuervos de verdad!
-No os preocupéis, están acostumbrados a la gente y sus ojillos negruzcos parecen amistosos -aventura él, subiéndose el cuello del abrigo mientras mira alrededor.
El contacto con el parque de atracciones siempre resulta imponente: un ritmo lento nos empapa y acompaña en nuestra fascinación por sus encantos. Cada una de sus atracciones ha sido proyectada con la mejor de las voluntades, y el personal del parque sólo desea nuestro bienestar.
Con los niños casi petrificados ante tanta maravillosa promesa, son los padres quienes hacen por avanzar e internarse en el complejo. Todos pasan ante el Punto de encuentro, un desnudo poste coronado por un cartel en el que una familia feliz saluda, dibujada, a no se sabe quién. Si algún chaval se extravía, los asistentes de Cuervolandia se encargan de traerlos hasta aquí. Doce pequeños lloran con ahínco en su base, angustiados, solos, unos sentados, otros de pie. Esa chiquita de coletas se ha quedado dormida. "Parece un ángel", dice alguna de las visitantes al pasar, mordiéndose el labio inferior.
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