No llueve, y sin embargo las nubes cubren completamente nuestro ánimo. Sentados frente al televisor con las constantes vitales bajo mínimos, inquieta pensar que el resto del día se escurrirá por entre los dedos ominosamente. El lunes está tan cerca...
¿Qué mejor momento para, paraguas en mano por si acaso, salir de casa con los niños y visitar Cuervolandia, el parque de atracciones creado con la mejor intención para toda la familia? Cerramos los ojos, contamos hasta diez mil y ya casi estamos allí.
Un viento ligeramente más violento de lo deseable juega con nosotros mientras hacemos cola. Ya pueden escucharse, cabalgando las ráfagas, los lejanos sonsonetes repetidos por megafonía. No se entiende casi nada todavía, pero seguro que sus mensajes nos levantarán el ánimo más tarde.
Tras esperar a que la señora taquillera, cubierta con una rebequita, vuelva de los lavabos para reemprender su labor, abonamos todas las entradas y con nuestros tiques marrones nos dirigimos a la entrada.
-Lástima no haber venido con una persona más, para pillar el abono de grupo, que descuenta el 7 por ciento.
Pero ya las grandes y oxidadas verjas giratorias nos saludan con su penetrante clak-clak-catack. Alguien advierte: "Cuidado, no os pilléis con la...". Demasiado tarde. El brazo de una niña queda atrapado mientras la gente empuja para entrar, indignada. El viento y los altavoces impiden oír muy bien qué ocurre, si hay gritos o si en la puerta están regalando algo (en ocasiones, una chica delgadita y nerviosa se acerca para recibir a los clientes, ofreciendo en una bandeja caramelos de nata un tanto correosos).
Al cabo de un buen rato, el hombre de mantenimiento llega mascando algo y, justo entonces, la niña es liberada por su padre. El hombre de mantenimiento asiente y da media vuelta mientras sigue mascando. Una vez más, gracias a Dios, el accidente ha ocurrido técnicamente en el exterior del recinto, recayendo cualquier responsabilidad sobre los visitantes. Finalmente van entrando, exhibiendo un brillo de ilusión en los ojos, bajo un gran arco metálico algo desvencijado, donde puede leerse escrito con grandes letras: "VENIDOS A CUERVOLANDIA". Al fin y al cabo están aquí, algunos por primera vez, para divertirse.
-¡Qué grande es Cuervolandia! ¡Mira, papá, hay cuervos de verdad!
-No os preocupéis, están acostumbrados a la gente y sus ojillos negruzcos parecen amistosos -aventura él, subiéndose el cuello del abrigo mientras mira alrededor.
El contacto con el parque de atracciones siempre resulta imponente: un ritmo lento nos empapa y acompaña en nuestra fascinación por sus encantos. Cada una de sus atracciones ha sido proyectada con la mejor de las voluntades, y el personal del parque sólo desea nuestro bienestar.
Con los niños casi petrificados ante tanta maravillosa promesa, son los padres quienes hacen por avanzar e internarse en el complejo. Todos pasan ante el Punto de encuentro, un desnudo poste coronado por un cartel en el que una familia feliz saluda, dibujada, a no se sabe quién. Si algún chaval se extravía, los asistentes de Cuervolandia se encargan de traerlos hasta aquí. Doce pequeños lloran con ahínco en su base, angustiados, solos, unos sentados, otros de pie. Esa chiquita de coletas se ha quedado dormida. "Parece un ángel", dice alguna de las visitantes al pasar, mordiéndose el labio inferior.
es una buena alternativa la de pasar una grisacea tarde tediosa de domingo en cuervolandia.... en lugar de ver como un esferico descontrolado, pretende introducirse entre tres palos sin un cuervo que lo guie.
ResponderEliminarayer casi llegamos a cuervolandia, pero pinchamos, que lata, tuvimos que llamar a la grua.
No os preocupeis cada semana pasa un tren de mercancías que os acercará a treinta quilómetros, la pena es que hay que estar pendiente de cuando pasa puede ser a cualquier hora del día o de la noche, buen salto y nos vemos en cuervo cuervo cuervo- landia landia landia.
ResponderEliminarDiosss, ¡Adoro Cuervolandia!
ResponderEliminarNo puedo creer que aún no haya entrado por la puerta principal a saberlo todo, a probarlo todo. Incluso quiero hacerme la niña pequeña y perderme, que me lleven al punto de encuentro, y que un gerente, disfrazado de azafato para poder saber de primera mano que ocurre en su cuervonegocio, me de la mano cariñosamente y me haga un tour especial y privado por Cuervolandía.
Como dicen las abuelas (que son las que lo saben todo) es mejor empezar por el principio cuando la labor merece la pena, por eso he decidido sumergirme en la cuervoteca y hacer un trabajo de investigación para empaparme de su mundo y hacerme toda una experta.
Seré su mayor fan, ¡que digo! ¡Seré la presidenta del club de fans!
¿Sienten un poco de miedo ante mi exagerado entusiasmo? Lógico, yo también lo sentiría, es mas, hacen bien, porque cuando me obsesiono con algo, puedo ser muy peligrosa...
Besos de pico en pico
Querida cuervoamiga:
ResponderEliminarEstamos que no cabemos de gozo con tus palabras :)
No hace falta que vayas al punto de encuentro para que te mostremos el parque: estamos a tu disposición para concederte cualquier cuervocapricho que seamos capaces de cumplir.
Es un gran honor que te hayas lanzado a leer todos los posts, no sabes cómo te lo agradecemos :D
Un fuerte abrazo y seguimos leyéndonos.
Encantada de leer vuestra, creo, primer entrada.
ResponderEliminarBonito estilo narrativo.
Pago mi entrada y me convierto en otra niña para asistir a este prometedor espectáculo.
Saludos.
Apreciada Interruptor, muchísimas gracias.
ResponderEliminar